Yo vivía una vida normal en el siglo I d. C. en la región de Judea, pero un día empecé a sentir que se me caía la piel, era lepra. Tal vez para ustedes en el siglo XXI la lepra ya no exista o si existe ya no sea un problema, pero en mi época, era terrible. Además de los ardores y dolores que causaba, lo peor era el rechazo y la marginación que sufríamos ya que las disposiciones legales y sanitarias establecían que debíamos dejar a nuestra familia e irnos a vivir en comunidad afuera de la ciudad, yo viví en el interior de una cueva, ¿Puedes imaginarte el dolor que representaría para ti estar obligado(a) a dejar a tu familia para irte a vivir con unos extraños también enfermos?
Bueno, pues un día que merodeaba por las orillas de la ciudad escuché a unos pastores decir que un Profeta de nombre Jesús había llegado y que, entre los muchos milagros que hacía, curaba las enfermedades de la gente. Eso encendió en mí una chispa de esperanza y decidí ir a verlo, pero ¿cómo? Si no podía entrar al pueblo, así es que me propuse acercarme lo más posible para poderle, al menos, gritar.
No fue necesario, cuando uno se propone ir al encuentro de Jesús, las cosas se acomodan solitas. Iba yo rumbo al pueblo cuando vi que Jesús bajaba del monte, lo seguía una gran muchedumbre. Mi corazón saltó de alegría. Aunque yo nunca lo había visto, supe que era Él por la luz y la paz que irradiaba su Presencia. Me acerqué y cuando la gente me veía se apartaba de mí mostrándome su desprecio. Cuando Él me vio, me miró con dulzura y me sonrió. Me arrojé a sus pies para adorarlo y le dije:
—Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme.
—¡Quiero! queda limpio —exclamó Jesús extendiendo su mano para tocarme. ¡Para tocarme! ¿Quién se atrevería a tocar a un leproso?— no le digas a nadie, solo ve a presentarte al sacerdote y ofrece el don que Moisés ordenó para que les sirva de testimonio.
Así lo hice, cumplí con todo el ritual de purificación establecido y días después pude reintegrarme con mi familia y a mis actividades cotidianas y déjame decirte que sentirme limpio y liberado es una experiencia maravillosa.
¿Para qué te conté todo esto? Primero, quiero darte una mala noticia: en el siglo XXI hay algo más contagioso que la lepra. No, no es el COVID, es todo aquello que se aparta del amor a Dios y que contraviene a sus mandatos, pero la buena noticia es que tú puedes ir al encuentro con Jesús y decirle con toda humildad esta sencilla oración: “Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme” y estoy seguro que te responderá de la misma forma que me respondió a mí, perdonándote de inmediato y seguramente orientándote a que cumplas con el rito de purificación que corresponde a tu época.
¿Te gustaría vivir esa experiencia maravillosa?
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

