Aún no amanecía cuando sonó mi celular. Contesté, era mi amigo Jesús que me llamó para decirme que tendríamos trabajo.
—¿De qué se trata la actividad de hoy? —le pregunté.
—Es la limpieza general de una casa.
—Perfecto —exclamé y acordamos la hora en que nos veríamos.
Cuando llegamos al lugar me quedé sorprendido, era una casa grande pero muy sucia, percibí un olor nauseabundo; Me coloqué un cubreboca, mis lentes y unos guantes.
—¿Quieres que nos dividamos las áreas a limpiar? —le pregunté.
—No —respondió Él— preferiría que juntos fuéramos limpiándolo todo.
—Perfecto, lo haremos como tú digas.
Mientras trabajábamos nos pusimos a conversar sobre diferentes temas y generó en mí tal confianza que empecé platicándole mis anhelos, mis preocupaciones y terminé confesándole mis errores, mis pecados, mis malas decisiones. Sentí un profundo arrepentimiento y cada en cuando me detenía para explicarle a detalle alguna situación y para limpiar mis lágrimas. Mientras yo trabajaba, Él también lo hacía, pero cuando me detenía para enfatizar algo, Él dejaba de hacer lo que estaba haciendo y me miraba a los ojos asintiendo con su cabeza. Nunca me regañó, ni me criticó, solo asentía con una actitud de comprensión.
De esa forma fue pasando el tiempo y ya cuando acordé ya habíamos terminado. Me di la vuelta y vi con asombro cómo había quedado la casa, limpia y con un aroma muy agradable.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó.
—Satisfecho —respondí— muy satisfecho.
—¿Solamente satisfecho?
Me quedé pensando un momento antes de contestar.
—Liberado, siento como si hubiera descargado un gran peso que traía sobre mi espalda.
Él sonrió y dijo:
—Eso es verdad.
—¿Y cómo sabes que es verdad?
—Porque la Verdad os hará libres.
—¿Crees que pueda ser perdonado de todas esas faltas que he cometido a lo largo de mi vida? —le pregunté.
Él se puso serio y me contestó:
—Cuando me estabas contando todo percibí de tu parte un gran arrepentimiento.
—Así es.
—Pero ¿tienes el propósito firme de no volverlo a hacer?
—Por supuesto, mi compromiso es ser mejor cada día.
—Perfecto, entonces mi respuesta es: Sí, tengo la seguridad que Dios te perdona porque te ama y comprende la debilidad humana.
Cuando dijo eso un pensamiento llegó a mi mente.
—Oye, espera ¿De quién es la casa que acabamos de limpiar?
Él no me contestó, me miró a los ojos y sonrió. En ese momento entendí que esa casa representaba mi interior, mi corazón, mi conciencia. Él asintió con la cabeza confirmando lo que yo pensaba.
—Gracias por ayudarme a hacer una buena limpieza —exclamé y empecé a llorar— de aquí en adelante trataré de no ensuciarla.
Él se acercó sonriendo y me abrazó.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

