En los últimos años hemos sido anfitriones de la cena familiar del 24 de diciembre fecha en la cual nos habíamos reunido alrededor de quince personas, sin embargo, la noche buena del 2015 fue especial ya que éramos cuarenta y seis.
Cada familia llevó algo de comer o de beber.
Hicimos una oración para dar gracias a Dios y empezamos a degustar los sencillos, pero muy sabrosos alimentos.
La música de fondo, los adornos navideños, las personas platicando, riendo, fue un ambiente maravilloso.
Luego acostamos al niño Dios, realizamos el brindis, algunos juegos y no podía faltar el karaoke.
No puedo olvidar el rostro sonriente de mi suegra al ver a sus hijos y sus familias reunidos en un solo lugar. También la alegría con la que mi sobrino Lalito contaba sus anécdotas haciéndonos reír a todos. Quién iba a pensar que unos años más tarde, tanto ella como él dejarían este mundo.
Pero bueno, sigo con mi relato, esa nochebuena hubo otro detalle especial.
Un familiar al que le prometí el anonimato llegó con una vaporera repleta de tamales y otra con atole. Las colocó sobre la estufa y se integró a la convivencia.
“¿Más comida?”, pensé.
Sin embargo, el familiar nos dijo que lo que había en las vaporeras no era para la cena. Entonces más de uno supusimos que serían para el recalentado del día siguiente. Nadie preguntó más y todos respetamos la indicación.
Serían como las dos de la mañana cuando algunos familiares empezaron a despedirse para ir descansar.
En algún momento, el familiar que llevó los tamales, muy discretamente puso a calentar las vaporeras.
Cuando se fueron casi todos y solo nos quedamos siete personas, nos dijo:
—Los invito a que me acompañen a llevar esos tamales.
—¿Qué? —preguntamos todos— ¿Ahorita? ¿A dónde?
—Es una sorpresa —respondió.
—¿Estás consciente que ya pasan de las tres de la madrugada?
Asintió con la cabeza y exclamó: “Vamos, recuerden que no todos tienen la dicha de festejar en Navidad”.
Nos distribuimos en dos vehículos, en uno cargamos los tamales y en el otro el atole y algunos recipientes desechables. Salimos de la casa en medio de un frío descomunal.
Él conducía su vehículo y yo lo seguía en el mío.
Nos estacionamos afuera del área de urgencias del Hospital Regional. Había mucha gente. Unos sentados, semidormidos en la sala de espera y otros acostados sobre pedazos de cartón en plena calle. Todos seguramente esperando noticias de algún familiar que se encontraba enfermo en esa clínica.
Mi familiar bajó la vaporera con los tamales, nosotros hicimos lo mismo con el atole y empezó la magia.
La gente se levantó y de inmediato formó una fila grande.
—¡Bendito sea Dios! —dijo una señora— no he comido nada desde ayer que tuvimos que trasladar a mi hija al hospital.
Se me erizó la piel. Yo veía los rostros felices de la gente y recibía —sin merecerlo— sus muestras de agradecimiento.
Todos alcanzaron tamales y atole. Al ver que sobró comida, volvimos a subir las vaporeras a los vehículos y nos dirigimos ahora al área de urgencias del IMSS.
Y volvió a ocurrir lo mismo. En cuando la gente vio las vaporeras, se arremolinó alrededor de nosotros.
Se terminó todo lo que llevábamos y aunque nadie se quedó sin alimentos, algo no me terminaba de cuadrar.
—¿Cuántos tamales le caben a esa vaporera? —le pregunté a mi esposa en voz baja a la vez que señalaba el utensilio vacío que nuestro familiar introducía a su vehículo.
—No sé —respondió ella— tal vez…unos doscientos.
Hice cálculos. Si tomamos en cuenta que cada persona recibió dos o hasta tres tamales, por el número de personas …mmm…no, no puedo explicar cómo fue que alcanzaron todos.
Para mí, lo que sucedió en esa madrugada del 2015 fue un auténtico milagro, un milagro de Navidad.
***
Nota final: Cuando le comenté a mi familiar la idea de publicar este artículo no estuvo de acuerdo.
—Hay una frase que dice: “Cuando hagas una obra buena, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” —me dijo.
—Tienes razón —le respondí— aunque también hay otra que dice: “Ustedes son la luz del mundo. Nadie enciende una lámpara para ocultarla en un cajón.
Hagan pues que brille su luz ante los hombres; que vean esas buenas obras y al verlas, le den gloria a su Padre que está en los cielos”
Finalmente aceptó con dos condiciones: Que no mencionara su nombre y que este testimonio sea con el único fin de dar gloria de Dios. Que así sea.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.
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