El sufrimiento es una realidad intrínseca en la vida del ser humano. Desde que salimos del vientre materno y nos enfrentamos con un mundo nuevo, sufrimos. Y ese sufrir nos acompañará por el resto de nuestras vidas. Hay dos tipos de sufrimiento: el temporal y el permanente.
Recuerdo que una vez estábamos dentro de un templo, felices por la graduación de mi hija y dispuestos a disfrutar del festejo. Paradójicamente, afuera había gente triste en un funeral esperando a que saliéramos ya que se celebraría una misa de cuerpo presente.
Años más tarde, nos tocó a nosotros estar tristes en un cortejo fúnebre, esperando a que salieran del tempo personas felices que habían asistido a una boda.
Así es la vida, a veces nos toca vivir momentos de felicidad y otros de sufrimiento temporal.
Lo difícil es cuando el sufrimiento es permanente. Es el caso de alguien que padece una enfermedad terminal o incurable. Aunque el medicamento mitigue el dolor físico, el dolor emocional es terrible.
Estoy convencido que la única solución para afrontar una prueba de ese tamaño es acudir a Jesús, el médico de cuerpos y almas, porque Él dijo: “«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso”.
Al unir nuestro sufrimiento, grande o pequeño, con el de Él, se le da un sentido a la vida, pues el sufrimiento pasa de ser una carga para convertirse en una misión.
Afrontar con Cristo el sufrimiento es otra forma de amar a Dios.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

