Hace unos días acudí a una oficina pública a realizar un trámite y tuve que esperar a través del sistema unifila.
También estaba formada una joven pareja, padres de familia, que iban acompañados de sus niños. En un momento dado, los niños se pusieron a jugar con los postes y cinturones de la unifila, los tiraron y uno de los chicos cayó al piso y empezó a llorar.
No me sorprendió la actitud inquieta de los niños sino la pasividad de los adultos ya que, al parecer, no lo vieron mal pues no hubo acción alguna de su parte.
Aclaro que yo no esperaba que hubiera violencia hacia los niños, pero sí que los padres de familia fueran los primeros en poner orden a la situación antes de que acudiera otra persona a hacerlo.
Vino a mi memoria la imagen de mi madre. ¿Cómo hubiera actuado ella si yo hubiera sido uno de esos niños?, pensé. Primero, ella nunca me perdía de vista, siempre estaba al pendiente de mí. Luego me llamaría, me tomaría cariñosamente de mi hombro y me diría con esa firmeza que la caracterizaba:
—Mira hijo, No estés jugando con eso.
Así. Sin gritos ni golpes. Con una autoridad tal que bastaba una sola vez que lo dijera para que yo le hiciera caso.
Pienso que si existe una actitud pasiva de quienes somos padres de familia para orientar y corregir correcta y oportunamente a nuestros hijos, existe el riesgo de que éstos, cuando crezcan no estén habituados a respetar a las personas, los objetos, las leyes, etcétera y entonces tendrá que ser otra autoridad la que tenga que obligarlos a hacerlo.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

