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Un sábado mi familia y yo estábamos en casa y muy entrada la noche mis hijos empezaron a contar experiencias paranormales. Comenzó mi hija mayor, le siguió mi esposa y después los demás.

—Sólo faltas tu papi.
—Lo que pasa −contesté− es que no he tenido experiencias paranormales.
—No lo puedo creer –exclamó mi hijo− ¿ninguna?
—Pues no, desde pequeño me enseñaron a no creer en fantasmas, espantos o cualquier otra forma de experiencia paranormal.

Me sentí el aguafiestas del grupo, pero era verdad lo que les estaba diciendo.
—¿Oye papá y crees que existe el diablo?
—Sí, estoy seguro que existe.
—¿Alguna vez te lo has encontrado?
—Sí, casi diario.
—¡¿Qué?! –replicaron mis hijos− ahora sí que nos has confundido. Primero nos dices que no has tenido experiencias paranormales, pero luego dices que casi diario te encuentras con el diablo ¿no es eso paranormal?
—Pues más que paranormal, yo lo veo como algo normal, déjenme explicarles.
—¿Podemos apagar la luz? –preguntó mi hija menor− para darle un toque de suspenso a lo que nos vas a decir.
—Sí claro, si quieren –respondí y empecé mi explicación:
—Cuando yo era niño pensaba que el diablo era rojo, con cuernos y patas de cabra, pero cuando crecí me di cuenta que no es como lo representan en los cuadros.
—¿Entonces cómo es?
—Es atractivo a los sentidos. ¡Ah! y otra cosa −continué− yo pensaba que el diablo estaba afuera, en las tinieblas, pero no, está dentro de uno.
—¿En ti? –preguntó mi hijo mayor− ¿Te refieres a una posesión?
—Pues no tanto así ¿crees que el diablo es tonto? si se manifestara en una posesión, seguramente un exorcista lo sacaría. No, se manifiesta sutilmente, sin espectáculo, susurrándote al oído o mejor dicho, en tu mente.
—Pues todo eso sigue siendo confuso –exclamó mi hijo.
—Muy bien −dije− voy a ser más claro y les voy a compartir algunas experiencias de cómo se presenta en mi vida diaria:
—A veces, me llena de pensamientos negativos respecto a alguno de ustedes o de mis vecinos, jefes, compañeros de trabajo y cuanta persona se cruza por mi camino. No dudo que a los demás también les envíe pensamientos en contra de mí.
—Es muy listo, a veces me hace creer que estoy por encima de los demás, pero en otras ocasiones me hace pensar que no valgo nada, que mi vida no tiene sentido.
—Me seduce de diferente forma, a veces me incita a comer sin medida, otras veces me llena de odio, rencor y deseo de venganza, frecuentemente me invita a realizar acciones lujuriosas o me hace sentir soberbio, después me ataca con la pereza y la irresponsabilidad, me hace sentir que las cosas materiales son lo más importante y llena mi corazón de avaricia, de egoísmo, de culpa o de tristeza cuando a otra persona le está yendo bien en su vida. Me incita a ofender, agredir. A veces, me hace perder la fe y la esperanza. Total que es un encuentro y una lucha constante.
—¿Cómo ven? Así es la forma en que trabaja él.

No hubo respuesta. El silencio era denso. Me puse de pie y cuando prendí la luz, vi que todos estaban dormidos.

De pronto se escuchó una carcajada tan espeluznante que sentí escalofrío.
—Jajajajaja están extasiados, parece que tu plática les resultó muy interesante –dijo el diablo.
—Ah eres tú, bueno –justifiqué− lo que sucede es que ya es tarde y están cansados.
—¡Pamplinas! –exclamó agresivo− sabes que no te quieren. Piensan que eres un viejo con ideas anticuadas y aburridas.
—Tal vez –respondí− pero yo cumplo diciéndoles cómo actúas, de ellos depende si me creen o no.
—¿Crees que eres más listo que yo? –dijo con tono amenazador− a poco crees que me puedes vencer.
—Mira, nunca seré más listo que tú y si te enfrentara sólo, fácilmente me vencerías, pero tú sabes que no estoy solo.
—¿Vas a empezar otra vez? –replicó molesto− ¿con esas patrañas de que Dios está contigo? Bien sabes que no existe ese tal Dios y si existiera ¿qué te hace pensar que te quiere tanto? No eres más que un pecador incorregible.

Ups, creo que en eso último tenía razón.
—¡Observa! -continuó− cómo toda la humanidad está sufriendo enfermedades, guerras y tu supuesto Dios no aparece. ¿No crees que si existiera ya estuviera aquí defendiéndote de mí? ¿Dónde está? Dímelo.

Casi le creo.
—Percibo que estás enojado –exclamé− ¿tienes miedo?
—¿Miedo a qué o a quién? No le tengo miedo a nada, entiéndelo. Nunca he temido.
—¿Ah no? ¿Quieres que refresque tu memoria?
Guardó silencio.
—¿Y todas las veces que Jesús te expulsó de las personas a quienes atormentabas?
—Naaa, eso no significa que yo le tenga miedo –contestó con aire de soberbia.
—Y qué hay de aquella vez en Gerasa ¿recuerdas? que le suplicaste que te dejara meter en una piara de cerdos para luego arrojarte por un acantilado ¿no era miedo?

No hubo respuesta.
—¿Quieres que lo llame?
—¡No! –contestó de forma intempestiva− No es necesario, te dejo con tus necedades.

Se sintió un silencio absoluto y de pronto escuché una voz que decía:
—“Esquivaste muy bien al demonio, estoy orgulloso de ti”.

Me quedé atónito.
—¿Eres tú Señor? –pregunté.
—Sí y presencié todo. Lo hiciste muy bien.

Aunque sus palabras eran alentadoras, en mi interior no sentía paz.
—Además −continuó− tú si eres bueno, no como otros de mis hijos que andan haciendo maldades.

Cuando dijo eso solté la carcajada.
—Jajajajaja veo que regresaste −exclamé− no cabe duda que eres el amo y señor de la mentira.
—¿Cómo fue que me descubriste?
—Ja, en primer lugar, Dios no le habla a la gente y mucho menos a personas como yo.
—En segundo lugar, aunque sé que Dios me quiere, nunca me haría sentir superior a los demás.
—Y, en tercer lugar, a Dios no necesito verlo ni escucharlo, me basta con sentirlo y créeme que, aunque simulabas su voz, contigo solo percibo tristeza, odio, temor y culpa.
—Pues ya veo que no eres tan tonto, pero aun así no te servirá de nada.
—Bueno –dije con un suspiro− como veo que no me dejas en paz, lo llamaré a Él ¿o prefieres que le llame a su Madre?

En cuanto dije eso se escuchó un grito desgarrador: ¡Noooo! Un viento fuerte azotó las ventanas de la habitación y un alarido hizo ladrar a los perros. Fue una sensación horrible. Cerré la ventana y acomodé las cortinas. Me dirigí a donde estaba mi familia. Me senté en la silla, puse mis codos en mis rodillas y las palmas de mis manos en mi cara. De pronto, me invadió una inmensa paz interior y una alegría indescriptible.

Me incorporé y vi que mi esposa y mis hijos empezaron a despertar.
—Perdón papá —dijo uno de ellos— creo que me quedé dormido.

Los demás también se sintieron apenados.
—No se preocupen –respondí sonriendo.
—¿En qué nos quedamos? –preguntó mi hija mayor.
—Les decía −exclamé− que no he tenido experiencias paranormales.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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