MIS DOS MEJORES AMIGOS

—Ahora jóvenes —dijo el profesor dirigiéndose a todos los alumnos del salón— por favor tomen papel y lápiz y anoten el nombre de sus dos mejores amigos. Pero no vayan a anotar a cualquier persona. Anoten a quienes realmente los aman.

La mayoría de los alumnos alzamos las cejas, nos tomamos unos segundos para pensar y luego anotamos en la hoja.

—¿Alguien quiere compartir su respuesta? —preguntó el maestro.

Una de las alumnas contestó que sus mejores amigas eran su mamá y su hermana mayor. Un compañero anotó solo el nombre de su madre. Fue muy interesante cómo el nombre de las mamás apareció en varias ocasiones. En menor grado el nombre de alguno que otro papá. Pero lo más admirable fue que algunos dejaron desierta la lista. Entonces el profesor se acomodó en su silla y nos dijo con un tono afectuoso:

—Lamento mucho que algunos hayan declarado desierta su lista, pero no se preocupen, permítanme ayudarles un poco, tal vez les pueda servir para el resto de su vida. Anoten por favor: Número uno, Dios. Sí, Dios está en primer lugar de tu lista. No importa si lo crees o no, o si lo quieres o no. Él ocupa ese lugar porque es la única persona que te ama tal como eres. Número dos, anoten su nombre.

Los alumnos intercambiamos miradas, extrañados por su indicación.

—¡Vamos! ¡Anoten su nombre!

Anoté mi nombre después del número dos.

—Deben aprender a ser ustedes mismos sus mejores amigos. Durante su vida, amigos llegarán y se irán, algunos los traicionarán o tomarán diferentes caminos pero tú siempre estarás contigo mismo, por lo tanto, más vale que seas bueno contigo. Que te ames, que te cuides, que te perdones, que te corrijas y cuando esté tu ánimo por los suelos tú seas el primero que te dé ese abrazo y esa palabra de aliento que necesitas. Listo —concluyó— Ahí tienen la respuesta. Después de esos dos amigos, pueden alimentar su lista con los nombres que ustedes quieran. Al fin y al cabo, ya tienen a los mejores.