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Una noche de otoño de 1969 mi mamá me comentó que al día siguiente yo iría a mi primer día de escuela. Yo tenía cinco años de edad y no sabía bien lo que eso significaba, pero asentí.

Al día siguiente llegamos antes de las ocho de la mañana. Cuando entramos, vi que todos los grupos de niños estaban formados en filas en el patio de la escuela y a la cabeza de cada grupo estaba su respectiva(o) maestra(o).

Luego, lo que vi me pareció aterrador: Una maestra le jaló violentamente la trenza a una niña de su grupo e inmediatamente después le jaló las patillas a un niño. Me estremecí. Y es que, por extraño que parezca para esa época, en mi casa no se acostumbraba la violencia.

Mi corazón se aceleró cuando vi que nos dirigíamos hacia donde estaba ese grupo, sin embargo, cuando estuvimos a poca distancia cambiamos de dirección y llegamos a donde estaba el grupo de 1° “B”.

Mi mamá saludó a la maestra y ella correspondió el saludo.

—Vengo a pedirle de favor si pudiera aceptar a mi hijo en su grupo —exclamó mi mamá— aunque sea de “oyente”. Lo que me interesa es que le pierda el miedo a la escuela.

¿Perderle el miedo a la escuela? pensé, llevaba apenas unos minutos en ella y ya me sentía aterrado.

—Con mucho gusto señora —respondió la maestra muy amable— déjemelo aquí por favor.

Mi madre no me dijo más, se dio la vuelta y se fue. Y ahí estaba yo enfrentando al mundo por primera vez. Recuerdo que era una mañana fresca y me quedé mirando cómo mi madre se dirigía a la puerta de salida. Sentí ganas de llorar y de gritarle que no me abandonara pero justo en ese momento unas manos tibias tocaron mis hombros. Volteé, miré hacia arriba y cuando la vi pensé que era un ángel, era mi Maestra Tere. Se inclinó hasta quedar en cuclillas frente a mí, me regaló una hermosa sonrisa y me dijo:

—No estés triste, en unas horas más tu mamá volverá por ti e irán a casa.

¡Uf! Esa información y el tono de su voz, me tranquilizó.
—Vamos al salón de clases. Ahí aprenderás a leer, a escribir, a dibujar y además conocerás a muchos amiguitos. Vas a ver que te va a gustar.

No dije nada, la tomé de la mano y quedé a su disposición. Luego nos dirigimos todos al salón. Al pasar los días me di cuenta que ella no solo fue amable conmigo, era así con todos los niños, incluso con los más tremendos.

La confianza y la seguridad que infundió en mí me permitió encontrarle tal gusto a lo que iba aprendiendo que al final del periodo escolar no solo pasé de año, sino que obtuve el primer lugar de la clase. Aún conservo mi diploma de honor.

Con ella solo estuve los dos primeros años de la primaria y después la perdí de vista para siempre.

Ahora me gustaría buscarla. Hice cuentas y según mis cálculos, si ella viviera, tendría entre setenta y cinco y ochenta años de edad, por lo tanto, casi es seguro que ya no la vería tan alta de estatura, su cuerpo tal vez estará más frágil, pero me gustaría agradecerle lo que hizo por mí y darle un abrazo con un cariño tan grande como el que ella me dio en aquel otoño de 1969.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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