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Esa noche me fui a dormir temprano pero por una extraña razón, como a las dos de la madrugada me desperté y ya no tenía sueño.

Me salí lentamente de la cama para no despertar a mi esposa y me dirigí a la cocina para prepararme un té. Luego fui a mi escritorio y abrí mi lap top.

Quería ocupar el tiempo en algo util en vez de estar dando vueltas en la cama.

Empecé a escribir.

De pronto sentí que alguien venía caminando hacia mí.

“Seguramente se despertó mi esposa”, pensé, pero no, era ni más ni menos que mi Amigo, el Carpintero de Nazaret.

—La paz sea contigo —me dijo regalándome una hermosa sonrisa.

De inmediato me puse de pie, me acerqué a Él y me hinqué para adorarlo. Él me tomó del brazo y me ayudó a incorporarme.

—Qué honor tan grande que estés aquí Señor —le dije mientras miraba su rostro sereno y su majestuosa figura— pero, siéntate por favor.

Acerqué junto a mi silla giratoria un sillón reposet y acomodé un cojín para que se sentara en él.

—Veo que estás escribiendo. —Exclamó.

—Sí, mira, estoy estructurando un cuento que pretendo incluir en mi próximo libro.

Él asintió con la cabeza sin perder su cálida sonrisa y dijo: “Me parece muy bien”.

—Me di cuenta que andabas un poco desanimado —exclamó— ¿estoy en lo correcto?

—Sí Señor, Tú lo sabes todo, estás en lo correcto.

—Cuéntame como si yo no supiera. ¿Qué Paso?

—Ya ves que desde hace algunos meses he estado en comunicación con una editorial con el fin de publicar mi cuarto libro y todo iba bien hasta que me dijeron que no estaban en condiciones de distribuirlo.

—Entiendo, ya ti te interesaba mucho la distribución.

—Sí, aunque para mí era importante el diseño de la portada, la maquetación y la impresión, me interesaba más que pudieran distribuirlo a las librerías de nuestro país y esa fue la parte donde ya no prosperó el proyecto.

Él asintió con la cabeza y guardó silencio esperando que yo continuara hablando.

—Pero bueno, estoy consciente de que son gajes del oficio y aunque me desmotivé porque ya le había invertido más de tres semanas continuas a pulir y preparar mi texto sé que hay problemas y necesidades más graves en el mundo así es que no te preocupes por mí , me repondré.

Él suspiró y me dijo:

—Entiendo la frustración que siente y me gustaría decirte algo.

Me acomodé en mi silla giratoria dispuesta a escucharlo.

—No dejes de buscar, en primer lugar, el reino de Dios y su justicia y verás que todo lo demás, incluyendo tu proyecto literario, vendrá por añadidura.
Asentí con la cabeza.

—Por otro lado —continuó— te digo que no te desanimes, sigue intentándolo hasta lograrlo.

—Pues para serte sincero, en este momento no tengo intenciones de continuar con ese proyecto.

Guardé mi archivo en mi laptop y ya veremos qué pasa.

Él sonrió, me miró de forma comprensiva y aunque se mantuvo sentado, hizo un movimiento para acercarse a mí.

—¿Me dejas contarte una historia?

—Claro que sí Maestro, las que quieras.

—Bien. Aconteció que un día yo estaba junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre mí para oír la palabra de Dios y vi dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes.

Entonces, entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogué que la apartase de tierra un poco; me senté y empecé a enseñar a la multitud. Cuando terminé de hablar, le dije a Simón: Rema mar adentro y echa las redes para pescar. Simón me respondió: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado”.

Yo entendía su frustración pero esperé para ver si atendía mi indicación. Me dio gusto escucharlo cuando me dijo: “Mas porque tú lo dices, echaré la red”. Y cuando lo hizo, pescaron tal cantidad de peces que sus redes casi se rompieron. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudaros; y concluyeron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que estaban a punto de hundirse.

—Me lo estoy imaginando Señor y me parece impresionante —exclamé.

—Ahora te pregunto —dijo Él— ¿Qué crees que influyó para que se realizara esa pesca tan abundante?

—Pues yo creo que tu palabra Señor. Tu palabra tiene poder.

Él sonrió y como si me estuviera haciendo un examen me dijo:

—¿Sólo eso?

Yo me quedé pensativo mirándolo a los ojos. Sin superrespondedor.

—La fe —completó— la fe de Simón, super perseverancia. Él estaba desanimado, frustrado porque había trabajado durante toda la noche, pero finalmente creyó en mi palabra. Qué crees que hubiera sucedido si él hubiera dicho “No, ya trabajé demasiado, guardaré las redes y después ya veremos”.

Ups, esa última frase me pareció conocida. Me sentí apenado.

—Tal vez no se hubiera dado el milagro Señor porque todos los seres humanos requerimos fe y perseverancia para que prosperen en nuestros proyectos.

Se dejó caer de espaldas sobre el sillón, con una sonrisa de satisfacción. Luego continuaron diciendo:

—Así es. No te desanimes. Recuerda que los tiempos de Dios son perfectos. Si ahorita no prosperó tu proyecto, no significa que no prosperará. Ejercita algunas virtudes como tu capacidad para sobreponerte a la frustración, tu paciencia, tu fe y tu esperanza. ¡Persevera!

—Tienes razón Señor.

—Inclusive, déjame decirte que cuando un proyecto no prospera es porque estoy protegiendo a la persona de algo. Confía en mí.

—Muy bien Maestro, así lo haré..

—Bueno, pues te dejo para que vayas a descansar —dijo y se puso de pie. Yo hice lo mismo.

Me sonrió y me dio un abrazo tan afectuoso que cerré mis ojos al sentir una gran paz en mi interior. Cuando los abri El ya no estaba. Apagué mi lap top, la cerré y me fui a dormir. Me esperaba una de las noches más tranquilas de mi vida.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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