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Un hombre acudió a consulta con su médico pues sufría de un terrible dolor de estómago.

El doctor le mandó hacer estudios clínicos y cuando recibió los resultados se dio cuenta que su paciente padecía de una infección intestinal. El dolor de estómago en realidad no era el problema, era solo un síntoma, un efecto. La infección intestinal era el problema y al investigar más a fondo, descubrió que la causa era que el paciente consumía alimentos de forma antihigiénica.

Al atender la infección intestinal (el problema) y mejorar la higiene de los alimentos (la causa), por default, fue desapareciendo el dolor de estómago (el síntoma).

De la misma manera ocurre en nuestra sociedad. Lo que a veces llamamos “problemas” en realidad no lo son, son efectos de una causa mayor.

Tal es el caso de la delincuencia. Pienso que no hemos erradicado el “problema” porque es necesario atender la causa que lo origina.

Pero antes de hablar de la causa sería bueno entender que el término delincuencia proviene de delinquir, cometer un delito, una infracción. Es apartarse del camino del bien.

Y nos serviría saber que no solo incurren en ello los grandes delincuentes: los que asesinan, secuestran, extorsionan, violan, roban o asaltan. También en alguna medida muchos pudiéramos estarlo haciendo sin que lo consideremos grave. Por ejemplo, estacionarte en un lugar prohibido, tirar basura en la vía pública o ejercer violencia en cualquiera de sus modalidades en el interior de tu familia.

Para atacar de fondo la delincuencia todos los ciudadanos debemos proponernos generar un cambio empezando por nosotros mismos.

Seguir el camino del bien o apartarse de él, es una decisión personal que se toma a diario.

Hace muchos años le pregunté a un adulto mayor: ¿Cómo había logrado que sus hijos fueran personas de bien? Él me contestó: “Educándolos —y me explicó— mira Fer, solo hay dos formas para educar a una persona: por las buenas o por las malas”

En ese momento no entendí el alcance de su respuesta hasta después de reflexionarlo. Tenía razón porque todas las personas somos diferentes y no todas aprendemos de la misma manera.

Hay personas que con una sencilla explicación toman conciencia y por su propia voluntad hacen el bien (o evitan hacer el mal) pero hay otras que requieren (o requerimos) sufrir para educarnos.

Por ejemplo, un automovilista respeta el semáforo y no se pasa el alto. ¿Por qué? Puede ser que alguien le explicó la importancia de respetar las señales de tránsito, la persona tomó conciencia y por convicción respeta. Esa es una forma de reaccionar.

Pero habrá otro automovilista que no respetará el semáforo hasta que “le duela en su bolsillo”, es decir, hasta que le apliquen una multa. Otro, hasta que le quiten la placa o se lleven su auto al corralón. Hasta entonces empezará a entender.

Y todavía habrá otros que ni con eso estarán dispuestos a respetar las señales de tránsito.

Así somos los seres humanos, bien distintos.

La diferencia entre un delincuente y un ciudadano ejemplar está en su comportamiento lo cual es resultante de su educación.

Pero no debemos entender la educación como “el haber ido a la escuela”. A mí me gusta más llamarle FORMACIÓN porque según el diccionario es: “El desarrollo intelectual, afectivo, social y moral de las personas como resultado de la adquisición de enseñanzas o conocimientos”.

Es decir, no es importante lo que aprendes sino lo que haces con lo que aprendes. Y si haces el bien, entonces funcionó el aprendizaje.

Una adecuada formación incluye valores universales como el respeto, la honestidad, la responsabilidad, el trabajo lícito y principalmente el amor (a Dios, al prójimo y a uno mismo). Mientras no le entremos de manera frontal a esto, no podremos solucionar el “problema” de la delincuencia.

Ahora bien, se ha dicho infinidad de veces que los valores se deben aprender en el seno familiar. Pero ahí es donde “la puerca tuerce el rabo” porque estamos suponiendo que en todas las familias se aplican esos valores de manera efectiva, pero no siempre es así. Los valores, en la mayoría de los casos, se heredan.

Déjame que te muestre dos extremos de estilos de vida que existen en nuestra sociedad.

En el extremo número uno naciste en una familia violenta y desintegrada. En lugar de amor, recibiste abusos, en algunos casos hasta de tus propios padres. Desde pequeño(a) te adentraste a las adicciones, no hubo condiciones o voluntad para que estudiaras, aprendiste a delinquir y hoy esa es tu forma de vida.

Ahora déjame que te lleve al extremo número dos: Naciste en una familia integrada, libre de adicciones, recibiste amor. Tus padres se esmeraron para que estudiaras hasta donde ellos pudieron y hasta donde tú quisiste. Aprendiste a trabajar en actividades lícitas. No significa que no hayan tenido problemas, pero en lo general te enseñaron el camino del bien.

¿En cuál de esos dos estilos de vida crees que habrá condiciones propicias para inculcar los valores universales? Salvo algunas excepciones, lo más posible es que del número dos, porque nadie da, lo que no tiene.

Bueno, pues cada familia de México tiene su propio estilo de vida. Algunos cargados hacia uno u otro extremo.

Considerando todo lo anterior, me parece que la solución de fondo al “problema” de la delincuencia está en atender dos frentes:

1. Que en cada familia sepamos aplicar una FORMACIÓN efectiva, y
2. Que en cada nivel de gobierno (municipal, estatal y federal) de aplique una efectiva impartición de justicia.

Luego entonces, para atender el frente número uno me parece que cada ciudad debiera haber un programa muy serio tendiente a la FORMACIÓN de las familias. Pienso que todos necesitamos educarnos o reeducarnos. Te apuesto que hasta las familias que están en el extremo número dos, necesitan mejorar en algo. Para eso, se requiere que cada gobernante conozca, con nombre y apellido, la situación particular de cada familia lo cual se pudiera lograr si se aprovecha la estructura social que hoy existe en la mayoría de las ciudades: El gobierno con su estructura operativa y administrativa, los líderes de sector, jefes de barrios y colonias y principalmente, quienes ejerzan la función de “cabeza de familia”.

Y para atender el frente número dos se requiere apuntalar el sistema de justicia adecuando leyes, procesos, adquiriendo tecnología de vanguardia, estableciendo estrategias, redoblando el compromiso, la responsabilidad y la honestidad de quienes participan en todo el sistema de justicia y logrando una mayor efectividad en el sistema de readaptación social.

Sé perfectamente que para eso se requiere un trabajo arduo, tiempo, recursos, pero desde mi punto de vista es atender la causa y no el efecto.

Con todo lo que acabo de escribir quiero aclarar que no aspiro a una sociedad perfecta pero sí, una sociedad mejor que la que tenemos ahora porque si en el mundo existen países que han demostrado que cuentan con un mejor nivel de formación de sus habitantes y por consiguiente tienen índices muy altos de productividad y de desarrollo e inversamente proporcional muy bajos sus niveles de pobreza o delincuencia, entonces pienso que en nuestro país también lo podemos lograr.

Hay una frase que dice: “No te preguntes qué mundo les vas a dejar a tus hijos, pregúntate qué hijos les vas a dejar al mundo”. Me parece muy bien, pero si podemos lograr ambas cosas, mejor ¿no crees?

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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