No sé qué fue más difícil de conseguir, si mi vestuario de los años setentas o unas monedas de esa época. La cuestión es que yo ya estaba listo para viajar al pasado.
Sintonicé en mi máquina del tiempo la fecha del 5 de junio de 1970. Al llegar, me encontré ubicado en la calle Álvaro Obregón afuera de la Escuela Primaria Federal Francisco Eduardo Tresguerras, en Celaya, Guanajuato.
Eran las diez y media de la mañana y estaba el conserje en la puerta controlando el acceso. A través de la malla ciclónica que rodeaba la escuela vi que los niños disfrutaban del recreo.
Escuché proveniente de algún local ubicado en esa calle la canción “Me quiero casar contigo” de Roberto Carlos. Me acerqué a la puerta de la entrada de la escuela.
—¿Viene a la reunión de padres de familia? —me preguntó el conserje.
“Qué bien”, pensé, “de esa manera podré entrar a la escuela”. Asentí con la cabeza y me dejó pasar.
Cuando llegué al patio central vi que en el centro estaba un monumento de cantera y alrededor de él varios estudiantes de sexto año vendiendo alimentos y golosinas. Seguramente en esa semana les tocó vender en “la tiendita”.
Miré alrededor a todo el chiquillerío que gritaba y jugaba alegre. Pude observar que en ese tiempo solo eran niñas las que estudiaban en esa área de la escuela, seguramente del otro lado se encontraba todo el plantel varonil.
Y de pronto la vi. Era una niña hermosa de escasos seis años. Acababa de comprar una galleta salada con salsa búfalo. Pensé en todas las ocasiones que esa niña había tenido necesidad de comer algo en el recreo pero que por no traer monedas tenía que aguantarse hasta volver a casa. Pero ese día fue diferente, pudo comprar su galleta salada.
Le dio una mordida a la galleta y justo cuando se dirigía hacia la orilla del patio, un grupo de chiquillas de sexto año corrieron y la atropellaron. La niña cayó “cual larga era”. Su galleta fue a dar por allá lejos hecha trizas. Me estremecí. Ella de inmediato empezó a llorar.
—¡Niñas, tengan cuidado! —exclamé.
Las niñas de sexto grado ni se inmutaron, siguieron corriendo.
Otras niñas se acercaron a ayudarla. Yo también me acerqué, la tomé de sus bracitos y la abracé. Ella seguía llorando. La llevé a una de las bancas de madera que se encontraban a la orilla del patio y le pedí que se sentara. Tenía raspaduras en las palmas de sus manos, en sus codos y en sus rodillas. Vi que a pocos metros había una llave abastecedora de agua y le pedí que se acercara para lavarle sus heridas. Luego volvimos a sentarnos en la banca.
Poco a poco se fue tranquilizando, me puse en cuclillas frente a ella y le dije:
—¿Todavía te duele mucho?
Ella me miró con esos hermosos ojos grandes color café y asintió con su cabeza.
—Ya verás que pronto pasará —exclamé.
Saqué de mi bolsillo un juguete, era una bolsita de plástico color rosa, de esas que utilizaban las niñas para jugar con sus muñecas.
—Ten —se la entregué— es un regalito para que ya no estés triste.
Ella miró la bolsita y la cogió esbozando una leve sonrisa.
—Gracias —susurró con su voz infantil.
—Ábrela —le pedí suavemente.
Al abrirla, se dio cuenta que contenía una moneda de veinte centavos con la imagen de la pirámide del sol, una de diez con la imagen de Don Benito Juárez y dos moneditas de cinco centavos con la imagen de Doña Josefa Ortiz de Domínguez. Cuarenta centavos era una fortuna para una niña de su edad.
—Todavía alcanzas a comprar algo —le dije— ve.
Ella se dirigió de prisa hacia el centro del patio y cuando llegó al lugar, volteó y con su manita me saludó, sonriendo. Yo le sonreí y la saludé también, me recargué en la pared y cerré mis ojos para trasladarme de nuevo a mi “ahora” en el siglo veintiuno.
Cuando abrí los ojos estaba acostado en nuestra cama. La luz del sol se empezaba a asomar por la ventana. Volteé a mi derecha y vi a mi esposa que dormía plácidamente. Sonreí y le di un beso en la frente. Ella se despertó y aun adormilada me preguntó:
—¿Ya es tarde?
—No —respondí— acaba de amanecer, sigue durmiendo.
—Tuve un sueño muy bonito —susurró.
—¿Ah sí? ¿Qué soñaste?
—¿Recuerdas que te platiqué que cuando yo era niña unas niñas de sexto grado me tumbaron en la escuela?
—Lo recuerdo perfectamente.
—Pues soñé que un señor muy amable me ayudaba a levantar y me daba unas monedas para que volviera a comprar otra galleta salada.
—¿En serio?
—Sí, fue muy agradable.
—Bueno, pues sigue durmiendo, tal vez cuando despiertes te lo vuelvas a encontrar.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.


Muy bonita historia .. seria fantástico viajar a esos momentos que marcaron nuestras vidas… me hiciste ir a mi faceta en la primaria y ya no recordaba algunas cosas como el que se turnaban para atender la cooperativa asi le decian a la tiendita y uno de los productos mas recurridos en comprar eran las galletas pancrema con salsa bufalo … saludos