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Un día que Jesús iba de camino a Jerusalén le salieron al encuentro diez leprosos.

Se detuvieron a cierta distancia y gritaban: “Maestro, ten compasión de nosotros”. Jesús les dijo: “Vayan y preséntense a los sacerdotes”

Mientras iban, quedaron sanos, pero solo uno de ellos, al verse sano, volvió de inmediato alabando a Dios en voz alta y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra dándole las gracias. Era un samaritano.

Entonces Jesús preguntó: “¿No han sido sanados diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno de los otros volvió para glorificar a Dios fuera de este extranjero?”. Y Jesús le dijo: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”

En este sencillo pasaje del evangelio hay muchas cosas interesantes que podemos analizar:

En los diez leprosos está representada toda la humanidad.

Dice el texto que los leprosos “…se detuvieron a cierta distancia…” ¿por qué?

En ese tiempo una persona enferma de lepra debía cumplir ciertas disposiciones establecidas en la Ley de Moisés: Llevar los vestidos rasgados, ir despeinado, cubrirse y gritar “Impuro, ¡impuro!” También debía aislarse y evitar el contacto con personas sanas.

En la frase “Maestro ten compasión de nosotros” se encuentra una petición tácita: “Ayúdanos, cúranos” pero también en el fondo hay dos cosas más: La convicción de que Jesús puede sanarlos, —porque Él lo puede todo— y la actitud de humildad con la que los leprosos lo piden.

Cuando Jesús les dice: “Vayan y preséntense a los sacerdotes”, nos enseña a cumplir las leyes. Él sabe que la ley de Moisés establecía un proceso para la purificación de un leproso que hubiera sido sanado, por lo tanto, los orienta a que cumplan esa ley.

Cuando los leprosos atienden la indicación del Maestro van quedando sanos.

Nosotros debiéramos atender todas las indicaciones que Jesús nos da a través de sus enseñanzas y estoy seguro que también quedaríamos sanos, no solo de nuestras enfermedades físicas sino también de las espirituales.

De los diez leprosos solo uno volvió.

Uno de diez, representa un 10%, es decir, un 90% de la humanidad no regresamos para darle gracias a Dios y glorificarlo.

La pregunta que hace Jesús: “¿Dónde están los otros nueve?”. No se la hace al leproso, ni a sus discípulos, nos la hace a nosotros.

¿Dónde estamos el noventa por ciento de las personas que a diario recibimos bendiciones y no agradecemos ni glorificamos a Dios?

Son tantos los milagros que ocurren a diario que muchas veces ya ni los reconocemos. Voy a poner como ejemplo solo tres, muy sencillos:

1. Respirar.

Ojalá un día puedas platicar con una persona que tuvo graves problemas para respirar derivado de alguna enfermedad. Es desesperante. Solo pueden hacerlo con el apoyo de un tanque de oxígeno. ¡Respirar es un milagro!

2. Dormir. Gozar de un descanso reparador.

Hay enfermedades en las que la persona no descansa. Es horrible. Otras personas no lo pueden hacer por cargar sobre sus hombros una pena moral, un problema. Y muchos tenemos la fortuna de “recargar baterías” con unas cuantas horas de sueño profundo.

3. Ir al baño.

Pregunta a una persona que padece alguna enfermedad grave en su sistema urinario o digestivo y verás lo horrible que es no poder ir al baño. Y para muchos de nosotros es algo tan natural, tan ordinario.

¿Qué más podemos agradecerle?

Por nuestros logros y satisfacciones. Por nuestros momentos de felicidad. Por nuestros proyectos. Por nuestras metas e ilusiones.

Pero también por nuestros problemas. ¿Sabías que cada problema es un reto que pone a prueba nuestra creatividad? Nos permite ejercer el don de la paciencia, de la fe, de la perseverancia. Cuando una persona supera un problema, ya no es la misma. La persona ha crecido.

Agradecer por las enfermedades. Todas las enfermedades tienen un propósito. Algunas son consecuencia de nuestras acciones u omisiones y nos dejan un aprendizaje.

Otras son medios de purificación.

Otras, sirven para que Dios manifieste su poder, como la vez que Jesús se encontró con un ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro ¿quién ha pecado para que éste sea ciego, él o sus padres? Jesús respondió: “No es por haber pecado él o sus padres sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.”

Otras veces, las enfermedades son mensajes que Dios nos envía para regresar a Él.

Un pasaje del evangelio que me parece muy ilustrativo es cuando, un día, le llevan frente a Jesús a un paralítico. Tanto el enfermo como sus familiares tienen una expectativa muy concreta: Que Jesús le conceda volver a caminar.

Pero cuando lo llevan ante el Maestro. ¡Oh sorpresa! Jesús le dice: “¡Ánimo hijo!, tus pecados te son perdonados”.

Ya puedo imaginar el rostro del enfermo y sus familiares pensando: “¿Qué?

Pero si lo que queremos es que lo sanes de la parálisis no que le perdones sus pecados”.

Sin embargo, Jesús sabe que es más importante la sanación espiritual que la física. La enfermedad física fue solo un medio para hacer que el enfermo buscara y encontrara a Jesús.

Pero para demostrar que Él no solo tiene el poder para curar el espíritu sino también el cuerpo es entonces cuando le dice: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.

Y así pudiera continuar escribiendo motivos para agradecer a Dios, pero creo que lo importante es no sentirnos obligados a hacerlo, sino que la acción de agradecer —la cual podemos realizar en la intimidad de nuestro hogar o de camino a nuestro trabajo/escuela o en el interior de un templo—, sea una forma espontánea de corresponder, aunque sea un poquito, al gran amor que Dios tiene por nosotros.

Y para finalizar quiero aprovechar esta publicación para agradecer a Dios por todas las bendiciones recibidas durante este año que está por concluir y también a ustedes, familiares y amigos, que se toman el tiempo para leer mis publicaciones.

Deseo con todo mi corazón que el 2024 sea un año de paz y prosperidad para ustedes y sus familias. Les mando un gran abrazo.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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