Un día estaba una familia cenando en su casa cuando de pronto uno de los niños, accidentalmente, al mover su mano tiró un vaso y derramó el agua sobre la mesa.
El padre, iracundo, se levantó de la silla y se quitó el cinturón dispuesto a castigarlo.
La madre se interpuso y no lo permitió. De ahí se generó una discusión y un ambiente tan tenso que ese día se suspendió la cena.
Poco tiempo después, el padre y la madre se divorciaron y el niño se quedó con la idea de que había sido culpable por haber derramado el agua sobre la mesa.
Durante muchos años él cargó con una culpa que no tenía, y fue hasta que acudió con un terapeuta cuando tomó conciencia de que el divorcio de sus padres seguramente había sido originado por otras causas y no precisamente por ese incidente. Fue de la manera que logró su liberación.
Así como ese caso, hay muchos en los que las personas sentimos culpa sin que realmente exista una razón.
Pienso que a veces, sentir culpa es natural y hasta útil pues hay una “vocecita” interior que nos indica cuando nuestra conducta no fue la correcta. Se le llama: conciencia.
Pero hay otros casos en los que me parece que la culpa no nos sirve porque afecta nuestra autoestima y debilita nuestro espíritu.
Una de las situaciones más comunes en las que se siente culpa es cuando un ser querido fallece y piensas que pudiste haber hecho algo más por esa persona.
Posiblemente tengas razón, pero hay una cosa que es bueno tener en mente: nadie tiene control de la fecha y hora en la que una persona tiene que partir de este mundo, solo Dios.
Cuando una persona fallece es porque ya estaba destinado así y ni tú, ni yo, ni nadie, tenemos forma de evitarlo, por más que queramos.
Pienso que, si en nuestro interior existe un sentimiento de culpa, es conveniente analizarlo —sea de manera personal o con la ayuda de un terapeuta— para conocer su origen y erradicarlo.
Suponiendo que exista una causa real, una conducta inapropiada en la cual deliberadamente hicimos daño a otra persona, lo mejor es reconocerlo, asumir nuestra responsabilidad, proponernos no volver a hacerlo, pedir perdón, perdonarnos a nosotros mismos y seguir adelante con nuestra vida.
Y si la culpa no fue resultado de una acción incorrecta y deliberada de nuestra parte, con mayor razón hay que deshacernos de ella.
Creo que todas las personas, en este paso por la vida, cometemos errores y a veces tomamos malas decisiones, pero también creo que todos tenemos derecho de aprender de ello y continuar viviendo sin la carga de ese peso tan grande.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.