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Una noche regresé de un viaje de trabajo y pasé a la casa de mi papá para visitarlo. Él ya era un adulto mayor y entre las muchas cosas que platicamos recordó que cuando yo estaba chico lo había dejado impresionado por lo rápido que aprendí a andar en bicicleta.

Traté de encontrar en mis archivos mentales el recuerdo al que él se refería y finalmente lo encontré.

La última vez que llegaron los Reyes Magos a mi casa yo tenía doce años y mi hermana quince. Nos trajeron una sola bicicleta para ambos.

En ese tiempo las de moda eran las Vagabundo y las Chopper, pero a nosotros nos trajeron una más sencilla, marca Grillo, roja.

A media mañana de ese seis de enero mi papá nos acompañó a practicar con la bicicleta.

—Las damas primero —dijo y subió a mi hermana a la bici.

Ella empezó a practicar y después de un rato y un par de caídas finalmente pudo estabilizarse en equilibrio.

—Listo, sigues tú —me dijo mi padre cuando ella se bajó del vehículo.

Yo me trepé y empecé a pedalear con tanta habilidad que lo dejé boquiabierto.

Mi mente se llevó de nuevo al presente y le dije:

—Me siento honrado de que haya tenido esa imagen de mí en todo este tiempo papá, pero creo que es hora de que te cuente la verdad.

Él frunció el entrecejo y yo le empecé a explicar.

Desde que yo tenía unos ocho años de edad era usual que mi papá me pidiera que lo acompañara a la estación del ferrocarril —ya que él trabajaba en los andenes— y casi siempre me dejaba cuidando su bicicleta, una grande tipo Turismo, de las que usaban los adultos.

Al principio era sumamente aburrido para mí estar solo y esperando a que mi papá regresara.

Como el lugar donde me dejaba cuidar su bici era una plataforma de concreto del tamaño de una cancha de basquetbol un día se me ocurrió tomar su bicicleta y conducirla subido yo en uno de los pedales.

Yo quería subirme por completo pero mi estatura no era suficiente para encaramarme en el asiento y alcanzar los pedales, así es que mientras que un pie lo subía en un pedal, el otro pie lo introducía en el cuadro de la bici para alcanzar el otro pedal .

Fueron muchas veces las que hice eso. Me caí en repetidas ocasiones pero lo volvía a intentar hasta que logré mantener el equilibrio.

Cuando presentía que mi papá estaba por regresar, volvía a dejar la bicicleta en su lugar como si nada hubiera pasado y él nunca se dio cuenta de esto.

Por eso es que, cuando ese seis de enero mi papá me soltó una bicicleta más pequeña, para mí fue “pan comido”.

Cuando terminé de contarle, él sonrió y exclamó: “Ahora lo entiendo” y me dijo que de cualquier forma se sentía orgulloso de mí por mi iniciativa y mi constancia.

Esa noche me despedí de él y cuando me dirigía a mi casa reflexioné que tal vez eso mismo sucede con los problemas.

Si tú estás atravesando un problema muy grande en este momento es como si la vida te estuviera dando la oportunidad de subirte a una bicicleta tipo Turismo.

No te asustes si sientes que no alcanzas, si te cuesta trabajo afrontarlo e incluso si caes un par de veces, es parte del entrenamiento, pero todo eso te sirve porque cuando enfrentes problemas más pequeños entonces te sucederá como a mí, te subes a tu bicicleta Grillo y podrás decir: “Es pan comido”.

 

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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