El 27 de abril de 1984 fue un día muy triste en mi vida porque falleció mi mamá a la edad de 52 años, yo iba a cumplir veinte.
Lo más difícil para mí no fue verla en el féretro, ni dejar su cuerpo en el panteón. Lo verdaderamente terrible fue cuando todos los familiares y amigos se despidieron y regresamos a casa. Sentí un vacío enorme.
A 39 años de ese suceso, hoy no me siento triste porque ella nos enseñó a tener fe y estoy convencido que vive feliz, sana y jovial.
Era una mujer hermosa —así lo creo yo—, nació en la Ex hacienda de la Venta en el municipio de Villagrán, Guanajuato. Los primeros años de su vida fueron felices, hasta que a la edad de 9 años sufrió la pérdida de su padre, mi abuelo.
Ahí cambió todo, tuvo que dejar la escuela para ayudar en las labores de la casa y cuidar a sus hermanos mientras mi abuela conseguía el sustento familiar.
En los inicios de su juventud, tomó su maleta y se trasladó solita a Celaya. Encontró trabajo en una fábrica textil que estaba ubicada en la esquina de las calles 5 de mayo y Rivapalacio. De ahí en adelante se dedicaría a la costura.
Con el tiempo, su hermano y sus hermanas se trasladaron también a Celaya para vivir con ella y los acompañó hasta que cada uno fue tomando su propio camino.
Era tan diferente a mi padre. Él muy serio y poco social y ella tan alegre.
Le gustaba cantar. Recuerdo que tenía unos compadres que cuando nos invitaban a fiestas apenas la veían entrar, decían: “Ya llegó Ana” y empezaban a corear: “Que cante Anita”, “que canta Anita” y dicen que “el niño risueño y le hacen cosquillas”, ella, sin pensarlo dos veces tomaba el micrófono (o sin él) y empezaba a cantar. A capela, con norteños, con trío bohemio, como fuera.
Le gustaban las canciones de Lorenzo de Monteclaro, de las Jilguerillas y de Chayito Valdés. Y por supuesto, de los grandes: Pedro, Javier y José Alfredo.
Disfrutaba tanto la música que incluso fue a probar suerte a una estación de radio en la ciudad de México donde iban aficionados a cantar.
Así era mi madre, valiente, decidida, alegre y muy querida por todos y hoy, en su aniversario luctuoso la recuerdo con cariño, consciente de que tanto ella como mi padre nos dejaron “la vara muy alta” porque sé que resultará muy difícil igualar esa calidad humana que los caracterizó, pero bueno, yo trataré de seguir su ejemplo y tengo plena confianza de que algún día nos volveremos a ver.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.
Muy bonita!!! Que bello relato!
Muchas gracias, muy amable.
Describes a tu mami y al mismo tiempo te describes, somos extensión de nuestros progenitores y tratamos de mantener vivo todo lo bueno y lo mejor de ellos. Desde que te conozco eres así, alegre, cantas y eres muy sociable. Me agradó muchísimo la historia, el cómo la cuentas y el cómo mantienes su recuerdo y su persona en el mejor lugar: tu gran corazón. Compadre, recibe un abrazo con cariño extensivo para mi Comita, mi ahijada y toda la familia.
Muchas gracias compadre Nacho. Tienes mucha razón, cada uno de nosotros llevamos algo de lo que fueron nuestros padres y replicar las cosas buenas es la mejor forma de honrarlos. Agradezco mucho los comentarios que expresas, pienso que yo heredé un poquito más del carácter de mi mamá que de mi papá pues así como tú, me gusta la música y cantar (aunque no considero que lo haga tan bien como ella). Me alegra que te haya gustado mi publicación y les mando, a ti y a tu familia, un abrazo muy cariñoso.