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Era ya un poco tarde cuando entré al Museo y empecé a contemplar las obras de pintores del siglo XIX. Por una extraña razón me detuve a mirar la obra “Cristo en Getsemaní” realizada por el pintor danés Carl Heinrich Bloch.

De pronto, todo se empezó a oscurecer a mi alrededor y ya cuando me di cuenta estaba yo dentro de la pintura.

Era de noche y lo vi ahí sentado sobre el césped, mirando hacia el piso, recargando su espalda en una roca junto a un árbol de olivo. Su triste mirada me partió el corazón. Me pareció ver una gota de sangre que escurría por una de sus sienes.

Me fui acercando lentamente. Solo se escuchaba el crujir de las hojas secas que yo pisaba al caminar.

Él levantó su mirada y al verme se dibujó una leve sonrisa.
—Perdón por la interrupción —le dije.
—No te preocupes —contestó y me hizo una seña con su mano para que me acercara a la vez que hacía un espacio para que yo me sentara junto a Él— ven, siéntate.

Así lo hice.
—¿Cómo estás? —me preguntó.
—Pues en general bien, aunque con una gran pena.
—¿Por qué?
—Pues al verte tan triste y solitario.

Él asintió con su cabeza y volvió a mirar al piso.
—Son cosas que tienen que pasar. El sufrimiento es una realidad humana y a veces uno no quisiera “beber de ese cáliz” pero lo importante es hacer la voluntad de mi Padre.
—Entiendo —exclamé— sigo aprendiendo de ti. Sé que pasarás un trago amargo, pero saldrás vencedor sobre la muerte.
—Lo sé —susurró.
—Me gustaría consolarte —comenté.
—¿Harías eso por mí?
—Por supuesto.
—Bien, entonces dame un abrazo que lo necesito mucho.

Me levanté, me senté sobre la roca y Él se arrodilló sobre el césped y se dejó caer sobre mi regazo. Yo puse mi mano sobre su cabeza y acaricié su cabello.
—Si yo pudiera —le dije— me pasaría la vida dándote consuelo.

Él volteó a verme y sonriendo exclamó:
—Lo puedes hacer cuantas veces quieras.
—¿Sí? ¿Cómo?
—Cuando lo hagas con cada persona que encuentres en tu camino lo haces conmigo.
Incliné mi cabeza, la coloqué sobre la de Él y lo abracé. En ese momento escuché una voz que me decía:
—Señor, una disculpa, pero ya tenemos que cerrar el Museo —En fracciones de segundo volví a quedar frente a la pintura, volteé y vi que era el guardia de seguridad.

Después de un par de parpadeos, asentí, suspiré y me dirigí a la salida.

Desde entonces me quedó claro que debo aprender a ver en cada persona a Aquél a quien abracé esa noche en Getsemaní.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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