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—Buenas tardes, busco al señor Juan González.
—A sus órdenes joven, soy yo —respondió el hombre de edad avanzada cuando abrió la puerta.
—Mi nombre es Víctor y soy nieto del señor Gilberto Martínez ¿lo recuerda?
—¿Gilberto Martínez? —reflexionó el hombre y luego se iluminó su rostro con una sonrisa— ¡Oh sí, claro! Gil, cómo no lo voy a recordar, era mi mejor amigo en la infancia. Pero, pase por favor, tome asiento —dijo señalando hacia la sala.
—Muchas gracias señor espero no quitarle mucho tiempo.
—No se preocupe, dígame ¿cómo está Gil? Hace tantos años que no lo veo.
—Lamento informarle que hace unos días murió.

Don Juan guardó silencio y su rostro reflejó una mirada de tristeza.

—Cuánto lo siento. Reciba mi más sentido pésame por favor.
—Le agradezco mucho y déjeme contarle que mi abuelo quería verlo antes de morir, pero como no teníamos información de usted fue hasta ahora que lo pude localizar.
—Entiendo, es que cuando crecimos cada uno tomó un camino diferente.
—Pues sí, pero mire mi abuelo me encargó mucho que, cuando lo encontrara, le entregara un paquete y es ese el motivo de mi visita.
—¿Un paquete?
—Sí, dijo que eran cosas que para él y seguramente para usted tendrían mucho valor.

Don Juan recibió la caja de cartón, desató el cordel que la amarraba y la abrió lentamente. Al mirar en el interior sus ojos se humedecieron y empezó a sacar cada uno de los artículos frente a su joven visitante.

Primero sacó un trompo de madera con punta de clavo con todo y su cordón. Después, una red que contenía unas treinta canicas de diferente tamaño y diseño. Luego un yoyo de madera, una bolsa de plástico que contenía unos cincuenta huesos o semillas de durazno y un álbum con estampas de luchadores. Por último, sacó dos palos de madera que habían sido parte de una escoba; el más pequeño medía veinte centímetros de largo y el otro unos treinta.

Don Juan asentía con la cabeza sonriendo.

—Discúlpeme el atrevimiento —exclamó el joven— ¿para qué son esos palos?
—Para jugar. Primero teníamos que hacer un agujero en el piso de tierra, luego colocábamos el palo pequeño sobre el hueco, después, el palo grande lo introducíamos en el agujero y con él lanzábamos el palo pequeño lo más lejos posible, si el contendiente lo atrapaba en el aire, ganaba y cambiaba de lugar con su contrincante, de lo contrario, el lanzador dejaba el palo grande sobre el agujero y el otro jugador, desde el lugar donde cayó el palo pequeño, lo lanzaba directo para que tocara al palo grande. Si lo lograba, intercambiaban de rol.

El joven tomó la bolsa con los huesos o semillas de durazno y exclamó:

—¿Y con estos qué hacían?
—Cada niño debía tener uno o varios huesitos de durazno. Los apostábamos y la forma de jugar era así: pintábamos un medio circulo a la orilla de una pared y ahí depositábamos los huesitos que queríamos apostar, luego, cada jugador lanzaba un huesito de tal forma que pegara primero en el piso y rebotara en la pared, si atrapaba el huesito en el aire, ganaba todos los huesitos apostados, de lo contrario, el otro jugador hacia lo mismo hasta que hubiera alguno que lograra la hazaña.
—Y, ¿estos huesitos dónde los conseguían?
—Pues de los duraznos que la gente consumía en su casa o nos los encontrábamos tirados en la calle.
—Oiga pero ¿no es eso poco higiénico?

Don Juan soltó la carcajada.

—Lo es, así como otras cosas que hacíamos en aquel tiempo. Tomábamos agua de la llave o de los yacimientos de agua en algún jardín público, o de la misma botella de refresco que nos compartíamos después de jugar fut bol.

Víctor observaba el rostro extasiado de Don Juan. Le pareció que aquel hombre, en su mente, había retrocedido en el tiempo a la época de su niñez. Después de unos minutos, regresó los artículos a la caja, la cerró y miró al joven.

—No cabe duda que tu abuelo era un hombre que sabía dar felicidad. Hoy, con estos obsequios me has alegrado el día muchacho. Gracias.
—Pero, ¿cree usted que lo que le dejó mi abuelo realmente tenga algún valor?
—Si te refieres al valor monetario, tal vez no, pero hay que tomar en cuenta que las cosas también valen por lo que representan. Este paquete contiene recuerdos de amistad y en la primera oportunidad que tenga, le mostraré estos juguetes a mi nieto y estoy seguro que al jugar con él, seguramente tu abuelo bajará a jugar con nosotros.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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