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Ese día la chica conducía su vehículo por el centro de la ciudad, necesitaba tomarse unas fotografías para tramitar su título universitario. Se hizo acompañar de su abuelo quien viajaba en el asiento del copiloto. La joven observó que había un estudio fotográfico frente al estacionamiento donde antes era el cine Celaya. Entraron al estacionamiento y antes de bajar del vehículo su abuelo exclamó: —¿Puedo esperarte aquí? —¿Aquí en al auto abuelito? —Sí, es que quiero ver cómo está ahora este lugar, además, a donde vas está muy reducido el espacio. —Mmm, de acuerdo, espero no tardar mucho, ahorita regreso. El hombre, sonriendo, asintió con la cabeza. La joven le dejó las llaves y salió del lugar. El abuelo bajó del vehículo, cerró la portezuela y miró a su alrededor. En su mente se trasladó a la época de su niñez. Aunque había otros cines como el Colonial, Las Américas y El Encanto, el cine Celaya ocupaba un lugar especial en su recuerdo pues cuando era niño ahí acudía a la función de matiné. Ese lugar repleto de autos, antes tenía hileras de butacas plegables color vino, con tres pasillos, uno en el centro y dos en las laterales. El abuelo caminó hasta el fondo del estacionamiento donde antes estaba la rampa que precedía a la enorme pantalla. Observó un cúmulo de cachivaches amontonados en ese lugar. Recordó la vez que fue a ver la película “Santo contra las mujeres vampiro”, él tenía ocho años de edad. Y entonces recordó el incidente aquél. El cine estaba repleto de niños que miraban atentos la enorme pantalla que proyectaba las imágenes del legendario luchador. A mitad de la película se hacía un intermedio para que la gente fuera a comprar a la dulcería. En ese lapso, muchos niños se subían a la rampa e imaginaban luchar en el ring como lo hacía su ídolo. Les gustaba dejarse caer, rodando por la rampa. Un niño como de ocho años que vestía una playera blanca y un pantaloncillo rojo se subió también, pero como no tenía con quien jugar, se limitó a observar a los demás. De pronto, en esa simulación de lucha, un niño aventó a otro quien para evitar la caída, se sujetó de aquél que solo presenciaba la escena y de manera accidental le bajó el short, dejando en evidencia que no traía ropa interior. El niño del short rojo se ruborizó ante las risas de quienes se dieron cuenta del incidente y rápido se volvió a subir sus pantaloncillos. En ese momento, de forma providencial, se apagaron las luces del cine pues había terminado el intermedio. El niño, cobijado por la oscuridad de la sala, regresó corriendo a su lugar para continuar disfrutando de la película. °°° El abuelo suspiró y esbozó una leve sonrisa. —¡Abuelito! —le gritó su nieta desde donde estaba estacionado el vehículo— Ya estoy aquí. El hombre se dirigió hacia ella. —¿Qué estabas haciendo allá entre esos cachivaches? —le preguntó la chica. —Nada, solo recordaba viejos tiempos. —Oh, ya veo, ¿te encuentras bien? —Sí, —respondió el abuelo sonriendo— de maravilla. —Bien, pues vámonos. Se subieron al vehículo y cuando se detuvieron a entregar el boleto de salida, el abuelo empezó a reír. —¿De qué te ríes abuelito? —preguntó su nieta mientras salían del estacionamiento. —De nada hija, no me hagas caso. —Ándale, cuéntame que te causó risa, ¿acaso te acordaste de un chiste? El abuelo siguió riendo en silencio, pero luego no pudo evitar hacerlo a carcajadas. Su nieta empezó a reír también contagiada por la risa del anciano. Segundos después ambos reían hasta derramar las lágrimas. —¡Abuelito! ¿Dime de qué nos estamos riendo? El abuelo lanzó una nueva carcajada. Poco a poco se fueron serenando, se limpiaron las lágrimas y él exclamó: —Es que me acordé que un día vine a la matiné a este cine. La joven lo miró y asintió con la cabeza. —¿Y de eso te estás riendo? El abuelo, más tranquilo le empezó a contar. —Ese día yo venía vestido con un short rojo y….
Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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