—Listo abuelo, ya me puse mi pijama ¿me cuentas un cuento?
El abuelo, sonriente, se sentó a la orilla de la cama y asintió con la cabeza. Recorrió la cobija para cubrir al pequeño, abrió un libro de cuentos de Oscar Wilde y empezó a leer:
—“Todas las tardes, al volver del colegio, tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín del gigante…”
***
Ese día el líder de la delincuencia organizada conducía su camioneta por una de las calles de la ciudad. Era muy noche, hacía mucho frío y la lluvia caía a cántaros.
De pronto vio que un niño de escasos cinco o seis años se protegía de la lluvia bajo la marquesina de una casa. Sus ropas eran harapos y su carita estaba sucia.
“¿Quién puede dejar a un niño de esa edad afuera y con este clima?”, se preguntó el hombre.
El niño estaba empapado y temblando de frío. El hombre detuvo su camioneta frente a él y descendió.
—¿Vives aquí? —dijo señalando la puerta de la casa más cercana.
El niño lo negó con la cabeza.
—¿Entonces dónde?
No hubo respuesta.
—¿No tienes a dónde ir?
El pequeño lo miró sin decir nada.
—Ven, vamos a mi casa, a ver qué podemos hacer por ti.
El niño se levantó y él lo cubrió con su chamarra de piel.
El hombre, a pesar de su maldad, se hizo cargo de atender todas las necesidades del niño. Seguía dedicándose a sus “negocios” y el pequeño se quedaba en casa esperando su regreso.
Aunque el infante no pronunciaba ni una sola palabra, inspiraba en el hombre una sensación extraña, de aprecio, de paz, al grado de que constantemente rondaba en su cabeza la idea de retirarse de la delincuencia y reconstruir su vida.
Cuando por fin tomó la decisión y se lo hizo saber a sus amigos, causó un descontento general.
—No puedes hacer eso —dijo uno de ellos— quien entra a este “negocio”, ya no puede salir.
A pesar de esa respuesta, el líder mantuvo su decisión. Estaba decidido a cambiar.
—Pase lo que pase, —les comentó— yo lo haré. Quiero tener una vida mejor.
En ese momento se escuchó un portazo. La policía les cayó de sorpresa y de inmediato se produjo un tiroteo. Una bala atravesó el corazón del líder de la delincuencia organizada.
En los segundos que duró su agonía, el hombre vio pasar toda su vida por delante. Vio cuando su padre los abandonó, también cuando murió su madre y cuando él, indefenso, entró al mundo de las drogas, pero una de esas escenas fue cuando era pequeño y antes de dormir, su abuelo le contaba el cuento “El Gigante Egoísta”, del escritor irlandés, Oscar Wilde y volvió a sentirse amado.
De pronto vio acercarse al niño.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exclamó el hombre con sorpresa— Este no es un lugar seguro para ti.
El niño le tomó su mano y con una hermosa sonrisa por primera vez habló:
—Tú me dejaste entrar a tu casa, ahora yo te llevaré a la mía.
El hombre, con lágrimas en los ojos, recordó el final del cuento que le leía su abuelo y murió.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.