Ese día acudimos mi esposa y yo a la misa de cuerpo presente de una prima política. Entramos al templo y nos ubicamos en una de las alas laterales.
Minutos después llegó Anselmo con su esposa y sus hijos. Él es un reconocido periodista y fue profesor de secundaria. Se sentaron en una de las bancas que se encontraban adelante de nosotros.
Al sonar la tercera campanada, salió el sacerdote de la sacristía y al ver que no había acólitos disponibles él mismo tomó el recipiente del agua bendita y se dirigió a la entrada del templo para recibir el cortejo fúnebre.
Anselmo, al observar esto, de inmediato se acercó al sacerdote para ayudarle deteniendo el recipiente. Una vez que el sacerdote subió al altar, el periodista se colocó en el lugar de los monaguillos y empezó a acolitar. Cuando lo miré me imaginé la figura de él pero teniendo unos ocho años de edad acercando todos los objetos que el padre iba necesitando para oficiar la misa. Sonreí.
Cuando la gente se formó para recibir la Sagrada Comunión vi a Anselmo con su alta estatura y su imagen robusta junto al sacerdote acercando la patena a los feligreses y en ese momento supe que él —y seguramente su familia— serían por siempre bendecidos porque Dios nunca olvida la presteza en servir de manera espontánea ya sea en la calle, en la casa o en cualquier lugar.
Al finalizar la misa todos salimos del templo y vi que él y su familia salieron hasta el final perdiéndose entre la multitud sin la más mínima ostentación de haber servido a Dios ese día como un sencillo monaguillo.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

