Un día Dios, bendito sea su santo nombre, le platicó a uno de sus ángeles que bajaría a la tierra encarnándose en una forma humana para vivir la experiencia junto a sus creaturas.
El ángel, admirado se alegró.
Y cuando el Señor le comentó que a su paso por este mundo se haría acompañar de un grupo de amigos en los cuales depositaría la confianza y la responsabilidad de continuar llevando su Reino por todo el mundo, el ángel de inmediato se puso a trabajar para proponerle algunos candidatos.
“Deben ser personas muy preparadas”, pensó el ángel y le mostró a Dios algunos prospectos para elegir a sus apóstoles y a sus discípulos.
—Mira Señor, te presento a este grupo de personas. Les llaman “Escribas” y son especialistas en escribir y copiar manuscritos sagrados, también enseñan y saben interpretar la ley. Ellos sienten que es su deber preservar la ley por siempre.
—Mmmm —exclamó Dios dubitativo tocando su barba con su mano derecha.
—Está bien —continuó el ángel— tengo un segundo grupo de donde puedes elegir. Son los Fariseos. Ellos gozan de mucha autoridad sobre el común de la población judía y son grandes defensores de la ley.
Aunque el Creador asintió con la cabeza, el ángel percibió que no le terminaban de convencer.
—Bueno —insistió el ángel— tengo otro grupo que te puede interesar. Son los Saduceos. Es verdad que ellos tienen más influencia con la élite política y religiosa pero también son considerados maestros de la ley.
Después de un breve silencio, el Señor exclamó:
—Tengo una idea diferente, mira —le dijo a la vez que le mostraba en una computadora la imagen de cada uno de los apóstoles— él, se llama Andrés y éste es su hermano Simón.
El ángel se quedó estupefacto.
—Aquí están otros dos, uno se llama Juan y el otro Santiago, hijos de Zebedeo.
—Pero Señor, ¡solo son pescadores!
—¿Y?
—Pues…es que…son hombres toscos, sin una preparación sobresaliente en temas religiosos.
—¿Y?
El ángel no salía de su asombro.
—Mira —continuó Dios— me atrae este otro, se llama Mateo.
—¿El publicano?, pero Señor, ¡es un pecador!
—¿Y?
—¿No crees que mereces…
—¿Alguien mejor? —completó Dios.
El ángel asintió ante la sonrisa comprensiva de su Jefe.
—Recuerda que yo no veo las cosas como las ven los hombres. El hombre se fija en las apariencias y yo veo el corazón.
—Tienes razón mi Señor, ese es tu estilo, la sencillez.
Porque pudiendo nacer en medio de una familia de la realeza, prefieres ser el hijo de un carpintero.
Pudiendo nacer en un palacio eliges un pesebre.
Pudiendo nacer en una gran ciudad, eliges un pequeño pueblo.
Y ahora, pudiendo allegarte de gente reconocida como “Maestros de la ley” eliges a sencillos hombres con virtudes y defectos.
No cabe duda Señor que tú eliges a la gente sencilla y de buen corazón. Tu sabiduría es infinita.
Dios le sonrió y le dijo:
—Has comprendido bien mi estilo, ahora pongamos manos a la obra.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.