—Beto, ¿qué está pasando? veo una gran luz.
— ¡No Fer, no mires la luz!, mírame a mí.
Ese día había sufrido un accidente automovilístico bastante fuerte y me encontraba muy mal pero por fortuna uno de los paramédicos que acudieron en mi auxilio era mi sobrino Beto.
—¡Háblame Fer! ¡Sígueme hablando! No cierres los ojos.
No pude evitarlo, en cuanto cerré los ojos me sentí atraído por un resplandor y me vi envuelto en una paz indescriptible. A pesar de que seguía escuchando la voz de Beto, yo no podía resistirme y me dirigí hacia la Gran Luz. “¿Por qué no debía hacerlo”, pensé, si toda mi vida he tenido curiosidad de saber qué hay más allá de la muerte.
De pronto sentí que alguien me acompañaba. Miré a mi lado y vi a un ser transparente quien con mucha amabilidad me dijo:
—Hola, yo te voy a acompañar en el proceso.
—¿En el proceso? ¿Qué proceso? ¿Quién eres tú?
—Soy tu ángel guardián y estaré contigo en el momento en que revisemos tu “estado de cuenta”.
No entendí a lo que se refirió pero asentí. Llegamos a un lugar donde estaba un sillón, un escritorio y sobre él una computadora. Detrás del sillón, aún se podía ver el hermoso resplandor. El ángel se sentó y tecleó mi nombre mencionándolo en voz alta. Yo veía cómo él miraba la pantalla y asentía con la cabeza tocándose la barbilla.
—Veamos cuánta riqueza has acumulado —susurró.
“¿Riqueza?”, pensé, pues con mucho esfuerzo mi familia y yo logramos tener nuestra casa propia pero…
El ángel dejó escapar una risilla.
—No es esa riqueza la que vamos a evaluar —dijo y me di cuenta que podía leer mis pensamientos.
Siguió tecleando y al cabo de unos segundos se volvió a dirigir a mí:
—Pues no, no posees mucho en tu cuenta celestial.
Yo seguía sin entender.
—Lo que pasa —me explicó— es que para entrar el cielo, necesitas haber acumulado tesoros, riqueza celestial y la verdad es que tu cuenta está muy pobre.
—¿Y entonces?
—Pues tendré que regresarte a la tierra.
Yo veía a sus espaldas esa Gran Luz y aún me sentía atraído hacia ella.
—No, no la mires, aun no puedes ir hacia allá.
—Es que se siente tan maravilloso —exclamé.
—Cómo no se va a sentir maravilloso si es la Presencia de Dios.
—¿Me permitirías ir aunque sea por unos segundos?
—No, porque si sintieras su Presencia aunque fuera por fracciones de segundo, ya no querrías regresar a la tierra.
—Bueno —respondí resignado— pero entonces si regreso a la tierra ¿cómo puedo acumular riqueza celestial?
—Haciendo todo con amor.
—¿Todo? ¿Qué es todo?
—Lo que haces cotidianamente en tu vida.
Fruncí el entrecejo.
—Mira, por ejemplo, si vas a trabajar, no lo hagas por obligación, solo porque te pagan, hazlo con amor, como una forma de servirle a Dios a través de tu trabajo. Si convives con tu familia, ayudas a alguien o afrontas una adversidad, hazlo con amor. Así irás acumulando un tesoro en el cielo.
—Entiendo. Oye y ¿cómo sabré cuando haya acumulado suficiente riqueza celestial?
—Dios te llamará. Él es tan misericordioso y ama tanto al ser humano que escoge el mejor momento para llamarlo a su Presencia. Mientras tanto tienes que disfrutar de tu vida haciendo las cosas con amor.
—Bueno, pues estoy listo ¿cómo le hago para regresar?
—A tus espaldas verás una pequeña luz blanca.
Volteé y miré la luz a la que se refería el ángel. De inmediato escuché una voz que entusiasmada dijo:
—¡Regresó!
Me di cuenta que eran las luces del quirófano. Estaba en el hospital.
—¡Vaya susto el que nos dio amigo! —exclamó uno de los médicos— Se nos fue por un momento, pero gracias a Dios que ya está de vuelta.
Sonreí y cerré los ojos. La cuenta regresiva había comenzado. Debo acumular la mayor cantidad posible de riqueza celestial antes de recibir Su llamado.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

