Durante mi niñez yo era tan feliz que nunca se me ocurrió que mis padres algún día tendrían que morir.
La primera que falleció fue mi madre, un día como hoy, pero de 1984. Fue un día muy triste.
Ella era una persona íntegra, alegre y trabajadora.
Recuerdo que desde muy temprano yo me despertaba y mi madre ya estaba realizando sus trabajos de costura —porque ese era su oficio y de esa forma reforzaba la economía familiar—. Me iba a dormir y ella seguía trabajando en su máquina de coser.
He llegado a pensar que en más de alguna ocasión no durmió con tal de cumplir con sus clientes en la entrega puntual de sus trabajos.
Tanto ella como mi padre nos dejaron muchas enseñanzas, pero la más importante fue una inquebrantable fe en Dios ya que eso es lo que me ha permitido afrontar todas las adversidades de mi vida.
Ellos me enseñaron que la fe no solo consiste en creer, también es confiar.
Hoy, a cuarenta años de su partida, no me siento triste. Creo que la muerte es solo una puerta a través de la cual pasamos de esta a una vida mejor, porque no hay mejor lugar para vivir que con Dios.
Quise dedicarle estas sencillas líneas con mucho cariño y admiración a Doña Anita —mi madre—convencido de que algún día nos volveremos a ver.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.
Como siempre excelentes letras mi estimado Fer
Muchas gracias estimada Vero, aprecio mucho tu comentario y te mando un abrazo.