El 7 de noviembre del 2001 yo regresaba de un viaje de trabajo cuando mi esposa me dio la noticia de que mi papá acababa de fallecer así es que era urgente que fuera a su casa para ver cómo estaba mi hermana quien, junto con mi cuñado, vivían con él.
Cuando llegué, toqué la puerta y ella abrió, estaba llorando.
—Ya murió —me dijo.
Asentí, nos abrazamos y luego me acompañó hasta la habitación donde él se encontraba.
Cuando entré, lo vi ahí, tendido en la cama, con un semblante tranquilo, como si durmiera. Tenía sus manos entrelazadas.
—Te voy a dejar a solas con él para que te despidas —exclamó mi hermana.
Asentí y ella salió de la habitación. Puse mis manos sobre las de mi padre y sentí una paz inexplicable. Recordé una y otra vez las palabras que me había dicho tiempo atrás:
“El día que yo muera no me gustaría que te pusieras triste porque para quienes tenemos fe sabemos que la muerte solo es un puente que conecta esta vida con la vida eterna y no podemos estar mejor que con de Dios”
Don Felipe Olalde nació en la comunidad de Arias, en el municipio de Comonfort, Guanajuato en el año de 1914 en plena época de la revolución.
De niño se dedicó a pastorear y a trabajar en el campo.
Siendo aún muy joven se trasladó al poblado de Soria donde trabajó en la fábrica de casimires.
Después se trasladó a la ciudad de Celaya donde trabajó durante más de cuarenta años como cargador en los andenes de la estación de Ferrocarriles Nacionales de México.
Por cierto, la fecha en que él murió se conmemora el día del ferrocarrilero.
Se casó en dos ocasiones. Mi hermana y yo fuimos fruto de su segundo matrimonio.
Era un hombre serio, poco sociable, apasionado por la lectura, principalmente por el estudio de la Biblia.
Le gustaba escribir libros a puño y letra, —esa letra cursiva que usaban antes— en hojas de doble raya. Luego, los encuadernaba de forma artesanal utilizando cartoncillo y los cosía con aguja a hilo. Y finalmente, los regalaba.
Era un ejemplo de responsabilidad, trabajo duro y una inquebrantable fe en Dios.
Pues bien, hoy, a veintidós años de su partida, escribo estas líneas como un pequeño homenaje a ese gran hombre, que, con defectos y virtudes, supo sacar adelante a su familia.
No tengo duda de que se encuentra junto a mi madre, gozando de la vida eterna y estoy convencido de que un día nos volveremos a ver, no porque yo lo merezca sino porque confío en la misericordia de Dios.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.