Mi papá era ferrocarrilero y en ocasiones tenía que viajar. Una de las ciudades que recuerdo que él mencionaba con mayor frecuencia era “Laredo”, lo que nunca supe fue si era Laredo Texas o Nuevo Laredo Tamaulipas.
La cuestión es que esos viajes le daban la posibilidad de adquirir juguetes que no eran muy comunes en nuestro país y mucho menos para niños de nuestra modesta condición social.
Eran juguetes que, por sus características, no nos los dejaban usar a diario.
A su regreso de uno de sus viajes nos trajo un ferrocarril de metal de unos cincuenta centímetros de largo, réplica exacta de los trenes más modernos de ese tiempo en Estados Unidos.
Ese tren funcionaba con dos baterías y cuando avanzaba de forma automática lanzaba una luz desde un foquito que tenía en el frente y ¡pitaba! Sí, emitía un sonido simulando un tren de verdad.
Otro juguete fue una vaquita, con acabados muy bonitos en terciopelo en blanco y negro. Mientras caminaba emitía un mugido y movía su cabeza haciendo sonar un pequeño cencerro que colgaba de su cuello.
Complementaba la colección un changuito, que hacía piruetas en el aire y chocaba dos platillos que portaba en sus manos. Era un poco más grande que el que mostraba el Tío Gamboín en la televisión.
Bueno, pues en la década de los años sesenta y setenta, muy temprano el 6 de enero, los niños salíamos a la calle a estrenar los juguetes —en su mayoría muy sencillos— que nos habían traído los Reyes Magos.
Y ese día en especial mis papás dejaban entrar a mi casa a todos los niños de nuestra calle para que vieran funcionar los juguetes especiales que describí líneas arriba y al igual que nosotros, los niños quedaban maravillados.
Los niños de ese tiempo hoy somos adultos, algunos ya hasta somos abuelos y hay quien recuerda con alegría aquellos días 6 de enero de cada año.
—¿Todavía tienes el trenecito, la vaquita y el changuito? —me preguntó hace unos días Rosy, una muy querida amiga, vecinita en nuestra infancia.
—No, —respondí con cierta nostalgia— hace mucho que ya no los tengo.
Y es que cuando empezamos a crecer, los juguetes que años atrás nos habían traído los Reyes Magos, mis papás acostumbraban donarlos para que otros niños los disfrutaran lo cual me parece bien porque era una forma de enseñarnos que no debíamos tener apego por las cosas materiales, al final de cuentas, tanto los juguetes que nos traían los Reyes Magos como aquellos especiales que había traído mi papá y que disfrutábamos cada seis de enero, habían logrado su cometido de hacernos felices en nuestra infancia y siempre ocuparán un lugar muy especial en nuestro recuerdo.
0
0
votos
Calificar la publicación
Conectar con
I allow to create an account
When you login first time using a Social Login button, we collect your account public profile information shared by Social Login provider, based on your privacy settings. We also get your email address to automatically create an account for you in our website. Once your account is created, you'll be logged-in to this account.
DiscreparAceptar
Conectar con
I allow to create an account
When you login first time using a Social Login button, we collect your account public profile information shared by Social Login provider, based on your privacy settings. We also get your email address to automatically create an account for you in our website. Once your account is created, you'll be logged-in to this account.
DiscreparAceptar
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios