Me introduje en mi vehículo para viajar en el tiempo, sintonicé el año 2123 y pulsé el botón de encendido.
Aterricé en el jardín aledaño al Templo de La Asunción de María, en el Barrio del Zapote en Celaya.
Salí caminando del atrio y me dirigí a la calle principal. Era una avenida enorme, de seis carriles. El tránsito de vehículos era intenso.
De pronto, algo grande se movió a varios metros sobre mi cabeza, su sombra se reflejó en el piso. Miré hacia arriba y vi un auto volador. Luego otro, y otro.
Me quedé asombrado, por fin se había hecho realidad lo que yo veía en las caricaturas de Los Supersónicos. Recordé que en 2023 apenas estaban saliendo a la venta los autos eléctricos.
—Disculpe joven, —detuve a un transeúnte, un hombre como de unos treinta años— ¿me podría decir cómo llegar a esta calle?
Le mostré el nombre de la calle donde vivo en el año 2023.
—Que yo sepa, no existe esa calle —exclamó él.
—Entonces, ¿conoce usted a alguien que me pueda dar información de una persona que vivió hace mucho tiempo por aquí?
—Si gusta lo puedo llevar con mi abuelo, tal vez él le pueda ayudar.
Acepté gustoso y nos dirigimos a su domicilio. Cuando llegamos, entramos a su casa y nos recibió “don Lupe”, un hombre de ochenta y cinco años de edad.
El joven nos presentó, luego muy amablemente se disculpó y se retiró dejándonos solos.
—Así es que, ¿está usted buscando a alguien? —me preguntó el señor.
—Mire don Lupe, hace muchos años existía esta calle —le dije el nombre— ¿Sabe usted qué pasó con ella?
El hombre se rascó la cabeza y contestó:
—Sí, la recuerdo. Yo tenía doce años de edad cuando se hizo un gran cambio en la vialidad. El gobierno municipal les compró sus propiedades a los dueños que vivían en esa calle, ahora se convirtió en Boulevard.
Yo estaba sorprendido. Le mencioné mi nombre y mis apellidos para ver si me conocía o me recordaba, pero no. Luego tomé conciencia de que, en el año 2023, él aún no había nacido.
En vista de ello, hablamos de otra cosa, luego le agradecí su atención y me despedí de él. Me dirigí de nuevo al templo y mientras iba caminando reflexioné:
“En el año 2023 yo tengo una vida, una familia, ¿dónde están ahora?
¿Dónde quedaron los problemas, angustias y preocupaciones que teníamos en ese momento?
¿Y mi casa? Ya no existe. El terreno forma parte de una gran avenida.”
Sentí nostalgia y decidí regresar a donde estaba mi vehículo.
Antes de llegar vi el lugar donde se encuentran las criptas. Estaba abierto.
Ingresé y me puse a leer algunos nombres de las personas fallecidas. Encontré el mío, el de mi esposa y el de algunos de mis hijos. Describían la fecha de nacimiento, pero por más que deseaba ver, no podía distinguir la fecha de defunción. Entendí que yo no estaba autorizado para saberlo.
Nuevamente reflexioné: “En un lugar como este —o en un panteón— es donde vamos a llegar todos. Aquí no importa el dinero, las propiedades o los títulos que hayamos poseído en vida”
Antes de salir del lugar vi una inscripción en letras de bronce. Era un fragmento de un poema del escritor español Antonio Machado:
“Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo camino,
camino sobre la mar.”
Sentí unas ganas incontenibles de volver a mi época para abrazar a mi esposa, a mis hijos e incluso a mis vecinos con quienes he tenido algunos problemas.
Me subí a mi máquina del tiempo y me dispuse a viajar de regreso al 2023.
Pulsé el botón de arranque y para mi sorpresa no funcionó. Volví a realizar el procedimiento y, nada.
Intenté un par de veces más. Ante mi desesperación golpeé el tablero. Me di por vencido.
“Estoy atrapado en el futuro”, pensé “¿qué haré si ya no puedo regresar?”. La sensación fue horrible. Bajé mi cabeza, entrelacé mis manos sobre mi nuca y me puse a llorar.
De pronto escuché un sonido en el cristal de mi ventanilla: “toc, toc, toc”.
Me erguí y miré a un hombre que me hacía señas para que bajara el cristal.
Limpié mis lágrimas e hice lo que me indicó. Era un hombre maduro de tez blanca, no muy alto.
Vestía un pantalón de mezclilla azul claro, una camisa blanca de manga larga y un chaleco de mezclilla color negro. En el frente de su chaleco tenía bordada la imagen de unas alas abiertas. Su sonrisa reflejaba unos dientes limpios y sanos.
—Creo que necesitas ayuda —exclamó.
No supe qué contestar.
—No te preocupes, lo puedo arreglar —dijo.
—Pero…—titubeé. ¿Cómo podría explicarle que este vehículo no era convencional?
—No me lo tienes que explicar —dijo adivinando mi pensamiento— yo sé de estas cosas, ¿me permites?
Abrí la portezuela, bajé del vehículo y le cedí mi lugar. Él abrió un pequeño compartimento que yo no sabía que existía, ubicado en la parte inferior del tablero. De inmediato saltó una decena de cables de diferentes colores.
—Mira, —dijo señalando uno de color azul— está desconectado.
Unió el cable a un tornillo que se encontraba ahí, cerró el compartimento y pulsó el botón de encendido.
El sonido del motor me pareció música celestial. Me puse feliz. Él se bajó del vehículo y dejó abierta la puerta para que yo entrara.
Lo miré y me sonrió.
—Pero, ¿cómo supo…? —exclamé— ¿Quién es usted?
Él puso su mano sobre mi hombro y con un movimiento me indicó que entrara al vehículo.
Entré, se inclinó hacia mí, colocó sus brazos sobre mi ventanilla abierta y me dijo:
—¿Sabes cuál es el problema de viajar por el futuro?
Moví mi cabeza en señal de negación.
—Que pierdes un tiempo valioso para disfrutar de tu presente.
Asentí con la cabeza. Él sonrió con aire de satisfacción, me dio una palmadita en el hombro y finalizó diciendo:
—Que tengas un buen regreso a casa.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.