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Hay una canción que se llama “Callejero” de Alberto Cortéz que describe perfectamente a un perrito que vagaba por las calles del Barrio del Zapote, mi barrio. Como no sabíamos su nombre le empezamos a llamar “Cooper” (Cúper). Era de tamaño mediano, de pelo corto y blanco con manchas negras. Muy amistoso el perrito. Mi esposa me comentó que una vez hizo el intento de recogerlo y llevarlo a nuestra casa para adoptarlo, pero el perrito no se dejó. Por un lado estuvo bien pues ya tenemos muchos animalitos —no solo perros— que ella y mis hijos han rescatado a través del tiempo. Cuando vimos que una familia, también vecinos del barrio, atendía a Cooper, nos tranquilizamos. Los sábados, en la misa de las siete de la noche, es frecuente que nos sentemos en el mismo lugar, en las bancas de afuera del templo. En la banca de adelante, también se suele ubicar cada semana, la familia que atendía a Cooper. Era frecuente ver que el perrito andaba por ahí, en el atrio. Saludaba primero a la familia en mención y luego iba a saludarnos a nosotros también. A veces, cuando yo estaba sentado en la banca, Cooper subía sus patitas sobre mis rodillas y me miraba fijamente. Sus ojos negros, cristalinos, reflejaban una inocencia envidiable. Al recibir una caricia de nuestra parte movía su colita en señal de agradecimiento. Pues así fue durante mucho tiempo hasta que un sábado dejamos de verlo. —Ese muchacho hoy no vino a misa —exclamó mi esposa en broma. Pensamos que tal vez lo tenían resguardado en algún lugar para protegerlo del frío. A la siguiente semana sucedió lo mismo, no lo volvimos a ver. Y a la tercera, al terminar la misa me acerqué al señor que siempre se sienta delante de nosotros, con su familia. —Buenas noches, —saludé y él me respondió sonriendo— quiero preguntarle si últimamente ha visto al perrito que siempre venía a misa. El semblante del hombre cambió, sus ojos se humedecieron y su rostro reflejó una profunda tristeza. —Al “Solovino” —respondió. En ese momento supe su nombre— fíjese que lo mataron. —¿Cómo que lo mataron? —Sí, lo atropellaron en la esquina, cerca de mi casa. —Oh, lo lamento mucho. Sé cuánto lo querían ustedes. —Cómo no lo íbamos a querer si nos seguía a todos lados. Y me explicó con lujo de detalle la forma en que ocurrió el accidente y cómo había quedado el animalito. —Yo lo recogí del pavimento y lo llevé a mi casa —exclamó el hombre casi llorando— y ahí lo tenemos enterradito en nuestro jardín. Ese día regresamos tristes a casa y reflexioné durante los siguientes días respecto a una realidad que existe en nuestro país en la que hay personas que dejan salir a sus animales a la calle exponiéndolos a ser maltratados, envenenados o atropellados. Una vez tuve la oportunidad de visitar un país de Europa, naturalmente con una mejor cultura en cuanto al cuidado tanto de las personas como de los animales y la verdad es que todavía nos falta mucho para llegar a ese nivel de cultura. Hay personas generosas que recogen a esos animalitos “callejeros” y convierten su casa en un albergue. Me parece que es una acción loable pero injusta porque pienso que cada dueño tiene que hacerse responsable de sus creaturas pues son seres inocentes e indefensos. En fin, siempre recordaremos a Cooper con cariño. A continuación, la letra de la canción “Callejero” de Alberto Cortéz: Era callejero por derecho propio su filosofía de la libertad fue ganar la suya sin atar a otros y sobre los otros no pasar jamás. Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño que condicionara su razón de ser libre como el viento era nuestro perro nuestro y de la calle que lo vio nacer. Era un callejero con el sol a cuestas fiel a su destino y a su parecer sin tener horario para hacer la siesta ni rendirle cuentas al amanecer. Era nuestro perro, y era la ternura que nos hace falta cada día más era una metáfora de la aventura que en el diccionario no se puede hallar. Era nuestro perro porque lo que amamos lo consideramos nuestra propiedad era de los niños y del viejo Pablo a quien rescataba de su soledad. Era un callejero y era el personaje de la puerta abierta en cualquier hogar era en nuestro barrio como del paisaje el sereno, el cura y todos los demás. Era el callejero de las cosas bellas y se fue con ellas cuando se marchó se bebió de golpe todas las estrellas se quedó dormido y ya no despertó. Nos dejó el espacio como testamento lleno de nostalgia, lleno de emoción vaga su recuerdo por los sentimientos para derramarlos en esta canción.
Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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