Esa mañana me levanté temprano y me dediqué a regar mi jardín y a quitarles las hojas secas a las plantas, actividades que tienen un efecto terapéutico en mí.
Cuando terminé, mi esposa Mary ya me esperaba en el desayunador. La saludé y le di un beso. Ella me respondió y me regaló una hermosa sonrisa. Vi que ya me había servido una taza humeante de café y una rebanada de panqué que ella misma había cocinado.
Mientras desayunábamos sonó mi celular.
—¿Bueno? —contesté.
—¿Profesor Adonai?
—Sí, yo soy, ¿quién habla?
—Soy Mauricio, el nieto de su amigo don Andrés, ¿me recuerda?
—¡Oh!, sí, claro Mau, te recuerdo perfectamente, ¿cómo estás? ¿cómo está tu abuelo?
—Yo muy bien gracias, mi abuelo es el que se encuentra enfermo.
—Válgame, ¿qué le pasó?
—Hace varios días sufrió una embolia y estuvo internado en un hospital.
—Oh, lo lamento mucho.
—Ahorita ya está recuperándose en casa y pudiéramos decir que se encuentra estable.
—Gracias a Dios.
—Aunque sufre dos secuelas: no puede caminar ni hablar bien. Se nos dificulta comprender lo que desea expresar.
—Entiendo.
—Cuando mi abuelo regresó a casa, después de haber estado en el hospital, le preparamos una habitación, le instalamos una televisión y adaptamos todo para que estuviera cómodo, pero en su deseo de hablar, ha estado diciendo palabras extrañas.
—¿Palabras extrañas? ¿Como cuáles?
—Por ejemplo, dice algo como: “Intered”, “titón” o “damelbun”, y señala hacia el televisor.
—Vaya, eso sí que es extraño.
—Sí, es por eso que le llamo para pedirle un favor.
—Adelante, el que sea.
—¿Podría venir a ver a mi abuelo?
—Claro que sí Mau, con gusto.
—Ya vino a verlo un doctor y dijo que mi abuelo, dentro de lo que cabe, se encuentra bien, solo no se le entiende lo que dice. Entonces platicando en familia surgió la idea de llamarlo a usted. Tal vez si viene a visitarlo pueda ayudarnos a interpretar las palabras extrañas.
—Cuenta con ello Mau, déjame ver —consulté mi reloj— ¿qué te parece si llego a tu casa a las cinco de la tarde?
—Me parece perfecto profesor, se lo voy a agradecer infinitamente.
—No tienes nada de que agradecer, tú sabes que los aprecio mucho y será un gusto intentar ayudar, aunque sea un poco.
—De acuerdo profesor, entonces lo esperamos a esa hora, muchas gracias por recibir la llamada y hasta pronto.
—Hasta pronto.
Comenté con mi esposa el compromiso que acababa de asumir de visitar por la tarde a mi amigo enfermo y terminando de desayunar me dispuse a realizar mis actividades cotidianas.
Treinta minutos antes de la hora acordada, tomé mi mochila en la que cargo mis libros, me la colgué en bandolera, me puse mi sombreo y mi gabardina y salí en dirección a la casa de mi amigo Andrés.
La tarde era fría pero aun así decidí caminar. Durante el trayecto, llegaron a mi mente recuerdos de él con quien pasé los mejores años de mi infancia.
Reflexioné sobre lo frágil que es la vida. Un día te puedes encontrar bien y al día siguiente todo ha cambiado.
Llegué puntual a su casa, toqué el timbre y abrió la puerta una joven de unos treinta años de edad a quien no tenía el gusto de conocer.
—Buenas tardes —saludé— soy…
—Bienvenido profesor Adonai, ya lo esperábamos, mi nombre es Vanessa, me puede llamar “Vane” y soy nieta de don Andrés.
—Ah, mucho gusto Vane, así es que eres hermana de Mau.
—Sí, por el momento Mau no se encuentra, pero me comentó que usted vendría.
—Pues es un placer conocerte.
—Muy amable, pero, pase por favor, deme su sombrero y su gabardina, los dejaremos aquí —dijo señalando un perchero— si gusta tomar asiento. ¿Le puedo ofrecer algo? Tenemos té, café, refresco.
—Gracias, te acepto un vaso con agua por favor.
—Con mucho gusto, ahora mismo se lo traigo.
Mientras la joven se dirigía a la cocina, vi que en la pared principal de la sala colgaba un cuadro con un poster de la portada del disco Abbey Road de la banda británica The Beatles. Me puse de pie para admirarla más de cerca.
—Mi abuelo es fan de los Beatles —escuché a mis espaldas la voz de la chica quien ya estaba de regreso con el vaso con agua.
—Oh sí, yo también lo soy —dije cuando volteé a verla.
—¿De verdad? —sonrió.
Asentí con la cabeza y le recibí el vaso mientras tomaba asiento de nuevo.
—Muchas gracias —exclamé, le di un sorbo y lo deposité en la mesita de centro.
—Me dijo mi hermano que ya le había explicado la situación en la que se encuentra mi abuelo.
—Sí, lo hizo.
—Nos preocupan las extrañas palabras que ha dicho últimamente. Tememos que esté perdiendo la razón o algo peor: que esté en riesgo su vida.
—Comprendo, no se preocupen, estoy seguro que todo saldrá bien —exclamé mientras le daba un nuevo trago al vital líquido.
—Pues si usted gusta, podemos pasar a la habitación de mi abuelo.
—Claro, vamos.
Deposité el vaso en la mesita, me puse de pie y nos dirigimos a la habitación. Ella tocó la puerta de una forma muy sutil y la abrió lentamente.
Entramos y vi a mi amigo Andrés acostado sobre la cama, con sus ojos cerrados. Un bloque de tres almohadas grandes le permitían mantener una elevación desde su tórax hasta su cabeza.
—Abuelo —susurró la chica con cariño— tienes visita.
El hombre abrió los ojos y miró a su alrededor. Cuando me vio, su rostro se iluminó con una sonrisa. Intentó decir mi nombre, pero solo resultó un sonido: “Anai”
—Así es mi amigo, soy Adonai y me da mucho gusto verte —le tomé su mano.
El hombre correspondió mi saludo e hizo un movimiento para indicarme que tomara asiento en una silla que se encontraba junto a su cama.
Seguí su indicación y con una gran sonrisa, le dije:
—No trates de hablar, sé que te encuentras en recuperación, así es que tú tranquilo.
Dejó salir de su boca algunos sonidos, pero fue imposible entenderle. Su joven nieta se despidió de nosotros y salió de la habitación.
Considerando que iba a ser difícil entablar una conversación con él, los siguientes minutos decidí utilizarlos en hablarle de mi salud, los libros que he leído últimamente, el clima y otros menesteres de menor relevancia.
—Mira, este es el libro que estoy leyendo en la actualidad, se llama “El Tesoro del Emperador”
Él tomó el ejemplar en sus manos e hizo un sonido gutural pero me pareció escuchar que dijo “leeee..”
—¿Quieres que te lea un capítulo?
Asintió con la cabeza y me entregó el ejemplar.
Mientras yo leía, él cerró sus ojos y por un momento pensé que mi lectura lo había lanzado a los brazos de Morfeo.
Cuando terminé de leer me levanté muy despacio dispuesto a abandonar la habitación, pero en cuanto me sintió, hizo nuevamente un sonido gutural.
—Voy a dejar que descanses —le dije— regreso otro día para leerte un nuevo capítulo ¿estás de acuerdo?
Asintió con la cabeza y antes de irme señaló hacia la televisión.
—Eeee….Eeee…
—¿Quieres que encienda la televisión?
Asintió. Así lo hice y vi que tenía habilitadas diferentes opciones incluyendo YouTube.
—A…hí —dijo cuando señalé YouTube.
Le di un click y se abrió la aplicación.
—Intered,
“Una de las palabras extrañas que mencionó Mau”, pensé.
—¿In..te…red? —pregunté silabeando.
—Intered —confirmó.
“Vaya”, pensé a la vez que me rascaba la cabeza.
—Titón —dijo ahora otra palabra.
Lo miré sin entender.
—Damelbun
Recórcholis, no le entendía nada.
—Ita…tometa —esta era una nueva expresión.
Fueron varios los intentos que hice para interpretar sus misteriosas palabras hasta que desesperado, él se rindió…y yo también.
Con una actitud indulgente hacia mí, hizo un movimiento para darme a entender que no me preocupara y como pudimos nos despedimos.
Fue providencial que en ese momento entrara a la habitación su joven nieta.
—Ya me tengo que ir —le dije.
—Sí, está bien, le agradezco mucho que haya venido a visitar a mi abuelo.
Asentí con la cabeza y salimos de la habitación. Ya estando afuera nos dirigimos a la sala, tomé el vaso que había dejado en la mesita de centro y di cuenta de lo que quedaba de agua.
—¿Pudo entender alguna de las palabras que dijo mi abuelo?
—Me temo que no —dije moviendo la cabeza en señal de negación— pero ¿sabes? no creo que sea algo grave porque él se ve muy bien.
—Sí, tiene razón.
—Me queda claro que tiene que ver con algo relacionado a la televisión porque señalaba hacia allá, pero aún no descifro qué es.
—No se preocupe.
—Bien, —exclamé mientras yo anotaba en una pequeña libreta — me quedo con la tarea de estudiar las palabras misteriosas, ya las escribí aquí.
—Es usted muy amable profesor, se lo agradezco de nuevo.
Tomé del perchero mi sombrero y mi gabardina y nos despedimos con un abrazo.
Durante el trayecto a casa y en los siguientes días yo repetía en voz baja las extrañas palabras: intered, titón, damelbun y una nueva: ita..tometa.
Busqué en el internet y obtuve información que, en lugar de ayudarme, ampliaba mi confusión.
Al teclear la palabra “intered”, el buscador me llevó a sitios relacionados con la informática, más concretamente con redes internas.
Titón sonaba muy parecido a la red social “TikTok”, también en mi búsqueda resultó la palabra “tektón” que proviene del griego y significa “constructor” o “artesano”.
De las otras palabras no encontré nada que pudiera darme una pista de su significado.
El domingo siguiente, Mary y yo acudimos a la casa de Luis, otro amigo muy querido de nosotros, quien nos invitó a convivir con él y con su familia.
Ya muy entrada la tarde, mientras estábamos en la sala de su casa, uno de sus hijos encendió el televisor que se encontraba a unos tres metros de distancia y al activar YouTube empezaron a reír de forma divertida.
—¿Saben de qué ríen mis hijos? —nos preguntó Luis.
Mary y yo lo negamos.
—Les divierte ver los efectos especiales que se utilizaban en los programas antiguos de televisión. Los que veíamos en los años sesenta.
Reímos.
En uno de esos cambios de programa apareció una caricatura japonesa antigua. Uno de los nietos de mi amigo —un niño de unos tres años de edad— le preguntó: “¿cómo se llama él?”, — refiriéndose al personaje de la caricatura.
—Se llama Tritón —contestó Luis.
—¿Titón? —repitió el niño al no poder pronunciar el nombre.
—Tritón —confirmó mi amigo.
De un brinco salté del sillón ante la mirada perpleja de los presentes.
—¡Titón! —grité— ¡Titón es Tritón!
Todos guardaron silencio, estupefactos. El niño pequeño como que quería llorar. Su madre rápidamente lo cogió en sus brazos.
—¿Qué te pasa Adonai? —me reclamó Mary— ya asustaste el niño.
—Una disculpa —exclamé apenado— acabo de recordar algo, nos tenemos que ir.
No puedo olvidar el rostro de admiración de todos los presentes, incluyendo el de mi esposa, pero tenía prisa de llegar a casa para confirmar mi hallazgo.
Ella, resignada, se puso de pie y con mucha amabilidad nos fuimos despidiendo de nuestros amigos.
—¿Seguro que te encuentras bien? —me preguntó Luis mientras nos encontrábamos en el pórtico de su casa.
—Sí, estoy bien, no te preocupes.
—De acuerdo —dijo y nos despedimos con un abrazo.
Subimos a nuestro auto y mientras conducía con dirección a casa le platiqué a Mary toda la historia de las extrañas palabras de mi amigo Andrés. Ella, comprensiva como siempre, solo movió su cabeza en señal de negación y dejó escapar una sonrisita y una frase: “hombres, hombres, ¿quién los entiende?”
Cuando llegamos a casa encendí la televisión, activé el YouTube y busqué un video con los programas y series que se transmitían en la década de los sesenta.
No tardé mucho en encontrarlo. Tomando en cuenta que la enfermedad de Andrés lo dejó con una imposibilidad de hablar de manera fluida, tengo que imaginar cómo pronunciaría un niño de tres años el nombre de cada programa de televisión.
La primera serie que apareció fue “Rin tin tin”, pero no me pareció que se relacionara con alguna de las palabras que expresó Andrés.
El Llanero Solitario, Bonanza…cuando apareció “Señorita cometa” mi intuición hizo detenerme, ¡claro!, puede ser, “Ita..tometa”. ¡Sí! Brinqué de gusto.
Seguí buscando…Flipper, El Santo con el inolvidable Roger Moore, Los intocables, El zorro, Misión imposible…
“Intered”, in…ter..ed.. ¿podría ser Mister Ed? Creo que sí. ¡Bingo! Ya llevaba dos, bueno, tres con Tritón.
Solo me faltaba una palabra por descifrar. Seguí buscando. Lassie, Super Agente 86, Tarzán, Mi bella genio, El gran Chaparral, El Túnel del Tiempo, Tierra de Gigantes, Los Locos Adams…
—¿Qué significará Damelbun? —dije y me rasqué la cabeza.
Seguí buscando. Perdidos en el Espacio, Ultramán, Ultraseven, Capitán Ultra y ya cuando estaba por darme por vencido apareció “Daniel Boone”, ¡sí!, esa era la pieza del rompecabezas que me faltaba.
En conclusión, mi amigo no estaba perdiendo la razón ni se estaba muriendo, solo quería que le sintonizaran en la televisión las series que le gustaba ver en su infancia.
Tomé el teléfono y llamé a la casa de Andrés. Me contestó Vanessa. Le pedí si me podría recibir en la tarde del día siguiente. Ella aceptó.
—Qué bueno tenerlo de vuelta en casa profesor —me recibió la nieta de mi amigo— a mi abuelo le dará mucho gusto verlo otra vez.
—Muchas gracias —le respondí— creo que ya descifré el misterio de las palabras extrañas.
—¿Ah sí? Cuénteme, de qué se trata.
—¿Qué te parece si mejor vamos a donde se encuentra él y encendemos la televisión?
La chica aceptó.
—Hola abuelo, mira quien te vino a visitar de nuevo.
Andrés estaba despierto, me miró y nuevamente me regaló una gran sonrisa.
—Buenas tardes amigo —saludé— ¿cómo vas?
El hombre asintió con su cabeza y con su mano derecha hizo una señal con su pulgar arriba.
—Me da gusto, vine para saludarte, pero también creo que ya descubrí lo que querías decirme la otra vez.
Él me miró expectante.
La chica encendió la televisión y esperó mis indicaciones. Le pedí que abriera el YouTube.
—¿Intered? —le pregunté a Andrés.
Él se incorporó un poco sobre la cama y asintiendo con la cabeza dijo “Intered”.
Le pedí a Vane que me permitiera el control remoto y cuando ella me lo entregó busqué “Mister Ed”.
En cuanto apareció la imagen, le di un “clik” y empezó a sonar la icónica cancioncita que daba entrada a la serie.
Andrés se puso contento ante la mirada asombrada de su nieta.
—Ahorita te la vuelvo a poner —le dije— voy a mostrarle a Venessa los otros programas que querías ver.
Él asintió.
—Titón, es Tritón —le dije y puse la serie japonesa de caricaturas.
Ella no salía de su asombro.
—Damelbun, es Daniel Boon —continué— e “Itatometa” es “Señorita Cometa”.
—Entonces —susurró la chica— mi abuelo lo único que deseaba era ver series antiguas de televisión.
Asentí con la cabeza sonriendo.
Ella se tocó la cabeza y yo veía como mi amigo Andrés, satisfecho, se disponía a disfrutar de una tarde agradable.
—Permítame un momento—dijo Vanessa—está sonando mi teléfono.
La chica salió de la habitación y ahí me quedé durante una hora, acompañando a mi amigo, en silencio, disfrutando de nuevo esas series que nos hicieron felices hace más de medio siglo. Al poco rato se quedó dormido. Lo cubrí con una frazada, apagué la televisión y salí lentamente de la habitación.
—Ya me tengo que ir —le dije a Vanessa.
—Sí profesor, le doy infinitas gracias por haber venido y principalmente por descifrar el misterio de las palabras extrañas. Nunca había visto a mi abuelo tan feliz.
—No tienes nada de qué agradecer, para mí ha sido un gusto.
Antes de despedirme le hice un comentario.
—Quiero resaltar algo.
—Dígame.
—Me parece que el cuidado y la atención que tú y Mau le están brindando a su abuelo es digno de reconocer y por eso los quiero felicitar.
Ella se sonrojó y bajó su mirada.
—Para toda persona y en especial para los adultos mayores —comenté— no hay nada más importante que sentirse amado y creo que Andrés tiene esa bendición de Dios a través de ustedes. Cuidar a un anciano es cuidar a Dios. Eso habla de la calidad de personas que son. Les agradezco por cuidar a mi amigo.
Ella sonrió y un par de lágrimas corrieron por sus mejillas. Me dio un abrazo y me dijo:
—Que Dios lo bendiga.
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