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Ese día, cuando impartí la asignatura de Valores a mis alumnos de preparatoria coordiné una dinámica muy sencilla. Cada uno debía mencionar una cualidad, don o virtud de sí mismos. Me quedé asombrado de la dificultad que les representó cumplir la encomienda. Me pregunté si ese fenómeno era reflejo de su humildad o producto de la cultura de encontrar con mayor facilidad nuestros defectos que nuestras virtudes. Les comenté que todas las personas —absolutamente todas— tenemos dones o talentos que Dios nos dio y la relevancia de identificarlos no es para presumir sino para ponerlos al servicio de nuestros semejantes. En eso sonó la campana que indicaba el final de la clase. —Muy bien jóvenes —les dije— con el favor de Dios nos vemos mañana. Que tengan una excelente tarde. Los alumnos empezaron a recoger sus útiles escolares y a salir del salón. Desde el segundo piso en el cual nos encontrábamos, me asomé por el ventanal que daba al patio donde se encuentran las canchas de basquetbol y vi que llovía a cántaros. Me enfoqué a limpiar el pizarrón, guardé la pantalla, apagué el proyector y justo cuando me disponía a guardar mis libros en mi portafolio se acercaron dos de mis alumnas, Emma y Elisa, cuyas edades rondaban los dieciséis años. —Está lloviendo muy fuerte ¿verdad? —exclamé suponiendo que ese era el motivo por el cual ellas todavía estaban ahí. —Sí profesor Adonai —respondió Emma— pero también regresé para hacerle una pregunta. Dejé lo que estaba haciendo y la miré por encima de mis lentes redondos. —Dime. —En la clase, usted mencionó que, a veces, algunos a los que nosotros llamamos “defectos” en realidad son…¿cómo les llamó? —Áreas de aprendizaje. —Sí, eso, áreas de aprendizaje. Asentí con la cabeza. —Fíjese profesor que yo creo tener un defecto y se lo quiero contar para ver si usted me ayuda a entender cómo puedo convertirlo en un área de aprendizaje. —Sí, muy bien, permítanme un momento —les dije, me dirigí hacia el centro del salón y acerqué tres pupitres— sentémonos para platicar con más comodidad. Nos sentamos formando un círculo ¿o debería decir “un triángulo”? —Ahora sí, ¿de qué defecto se trata? Elisa miraba a Emma con mucho interés y con un leve movimiento de su cabeza la animó para que hablara. —Tengo un carácter muy feo —comentó Emma— soy muy enojona y eso me ha generado muchos problemas. Asentí con la cabeza y la dejé continuar. —No me explico por qué soy así. Tengo pocas amigas —dirigió su mirada hacia Elisa quien le brindó una sonrisa amable— y mi mamá me quiere enviar con un psicólogo. —Comprendo —susurré mientras acaricié mi espesa barba. Y por espacio de unos quince o veinte minutos la chica me explicó con lujo de detalle el tipo de problemas que le estaba generando la situación. Sus emociones estaban a flor de piel y aunque ella hacía lo posible por contenerse, un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Me puse de pie, tomé de mi portafolio un paquete de pañuelos desechables y se lo entregué. Con mucho respeto coloqué mi mano sobre su hombro y ella agradeció el gesto haciendo un movimiento con su cabeza. Volví a tomar asiento. —Me siento desesperada profesor y hoy que escuché su clase surgieron en mí varias dudas: ¿por qué soy así? ¿cómo es que puedo convertir ese defecto en un área de aprendizaje? Y lo más importante ¿cree usted que mi problema tiene solución? Asentí, inspiré profundamente y tomé unos segundos de reflexión antes de empezar a hablar: —Primero, quiero agradecerte por la confianza que estás depositando en mí al platicarme esto y me gustaría anticiparte que todo tiene solución. Recuerda, “tú tranquila, estarás bien” La chica se serenó, limpió sus lágrimas y esbozó una leve sonrisa. —Me parece, mi querida alumna que, para empezar, sería bueno que te explicara cómo está formado el carácter de una persona. Ambas chicas se acomodaron y casi simultáneamente apoyaron sus codos sobre sus pupitres. Sonreí y fruncí el entrecejo al presenciar tan curiosa coincidencia. Me puse de pie, tomé un gis y dibujé en el pizarrón una “llave” (símbolo ortográfico formado por una línea sinuosa con una punta en el centro) para dar mi explicación a través de un cuadro sinóptico. —El carácter —inicié— está formado por dos componentes. El primero se llama “Temperamento” —anoté esa palabra en la parte superior de la llave. —El temperamento es una tendencia biológica innata, es decir, ya naces con ella, es de origen genético y te sirve para responder emocional y conductualmente a los estímulos. —Al segundo componente le vamos a llamar “Entorno”, —anoté esa otra palabra en la parte inferior de la llave— es todo aquello que has experimentado a lo largo de tu vida. Desde que te encontrabas en el vientre de tu mamá y hasta la fecha. Muchas de esas experiencias pudieron haber sido agradables o desagradables. En pocas palabras, es la interacción del individuo con el mundo que lo rodea. Y déjame decirte que inclusive las adversidades que vas afrontando en tu vida, también van forjando tu carácter. ¿Me estoy dando a entender? —Sí profesor —respondió Emma mientras Elisa también asentía. —En resumen, tu temperamento y la interacción que has tenido con tu entorno es lo que forman tu carácter, todo eso te hace especial y diferente de las demás personas. —Bien, —continué— ahora hablemos de tu temperamento. Por lo que puedo entender tienes un temperamento fuerte e impulsivo. Eso no es bueno ni malo, ni bonito ni feo. Es tu temperamento y yo pienso que cada persona fue creada de forma perfecta. Es tu configuración original. Ese temperamento que tienes te ayudará a afrontar muchas de las adversidades que vendrán en tu vida ¿comprendes? —Sí profesor. —Por algo te hizo Dios así y así eres perfecta. —¡Qué alivio! —exclamó la niña poniendo su mano derecha sobre su pecho. —Ahora hablemos del entorno. Durante los años que has vivido en este mundo tú has recibido diferentes estímulos, pudieron haber sido positivos o negativos. Tu interacción con tu familia, con tus amigos, en tu vecindario, en la escuela y con la sociedad en general. Y a eso le sumamos todo lo que has aprendido en tu vida, las decisiones que has tomado, las adversidades, etcétera. Todo eso complementa tu carácter. —Entiendo profesor. —Y ahora voy a perfilar mi respuesta concreta a tu pregunta. Si tu carácter te está ocasionando problemas de relación, te tengo una buena noticia… Una luz brilló en la mirada de la niña. Sonreí y me volví a sentar en mi pupitre mirándola a los ojos. —Tú tienes el poder de controlar tu temperamento y moldear tu carácter. La joven arqueó sus cejas. —¿De verdad? —Sí. —¿Cómo lo puedo lograr? —Primero, aceptándote tal como eres. Recuerda, con tu configuración original eres perfecta. Segundo, siendo consciente de que, si te lo propones y trabajas en ello, puedes mejorar tu carácter. Puedes empezar ejercitando el autocontrol. Cuando sientas enojo por algo que te molestó, trata de controlar el impulso de reaccionar de forma inmediata. Sé que no es sencillo, pero si lo intentas una y otra vez, lo podrás dominar. Poco a poco. Ten mucha paciencia contigo misma. “Si te enojas, cuenta hasta diez” decía una técnica que se promovió hace mucho tiempo. Respira hondo y trata de serenarte antes de reaccionar. Y mira, —me levanté nuevamente de mi pupitre, tomé mi portafolio y extraje un ejemplar— te voy a prestar este libro. Se llama “Inteligencia Emocional” lo escribió un psicólogo estadounidense de nombre Daniel Goleman. Habla del control de las emociones. Menciona que si una persona es capaz de gestionar satisfactoriamente sus emociones puede lograr resultados positivos en sus relaciones con los demás. Eso es algo que tú puedes aprender y ejercitar para sacarle provecho a tu temperamento sin menoscabo de tus relaciones. ¿Cómo ves? ¿Qué opinas de lo que te he comentado? —Me parece muy alentador profesor. Ahora entiendo por qué soy así. —Así es, pienso que si las personas utilizamos nuestra capacidad cognitiva —es decir, el proceso de adquisición de conocimiento mediante la información; el aprendizaje— y lo enfocamos a desarrollar nuestra capacidad volitiva —es decir, ejercer nuestra voluntad— eso tendrá un impacto directo y determinante en lo conductual, en la manera de comportarnos en nuestra vida. Por lo tanto, considero que, sin ningún problema podrás lograr una mejora en tu carácter mi estimada Emma y estoy seguro que pronto verás buenos resultados en tus relaciones personales. —¡Qué bien! Ahora lo tengo muy claro profesor. —dijo la joven con una gran sonrisa. —Y déjame decirte que cada persona tenemos un carácter diferente, cada uno con sus ventajas y desventajas. —Yo le dije a Elisa —exclamó Emma— que envidiaba su carácter. Me gustaría ser como ella: tranquila, no se enoja fácilmente. —Lo entiendo —confirmé— pero supongo que esa forma de ser también trae sus inconvenientes ¿no es así Elisa? —Sí profesor, es lo que le expliqué a Emma, es verdad que yo soy muy tranquila, pero hay personas que se aprovechan de ello y a veces a mí me gustaría ser como ella, tener un carácter más fuerte para obtener respeto. —Sé a lo que te refieres —le dije—y eso es algo que también tú puedes trabajar. Pienso que nadie tiene necesidad de envidiar a nadie, todos somos diferentes y todos somos perfectos y si algo hay que mejorar en nuestro carácter es posible hacerlo. —Pues le agradezco mucho su tiempo profesor —exclamó Emma. —Yo también —complementó Elisa— hoy aprendí algo nuevo. —No tienen nada de qué agradecer, ya saben que en lo que les pueda ayudar cuenten conmigo. Los tres nos pusimos de pie. —¡Ah!, y un último comentario Emma. La joven me miró con expectación. —Si tu mamá te ofrece el apoyo de un psicólogo, mi recomendación es que lo aceptes. Estoy seguro que un especialista en temas de conducta te podrá ayudar mejor. —De acuerdo profesor, tomaré muy en cuenta su recomendación. —Muy bien, pues vámonos —dije tomando mi portafolio y asomándome por la ventana— hay que aprovechar que ya paró de llover.
Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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