En 1972 la catequesis aún no estaba organizada como ahora. Los más de cuarenta chiquillos que íbamos a hacer la Primera Comunión éramos preparados por doña Manuela, una mujer de edad avanzada quien impartía la doctrina en el interior de su casa en base al catecismo del P. Jerónimo Ripalda.
Recuerdo que, al entrar, había un pasillo techado, de unos cinco metros de largo y después llegaba uno a un patio abierto de unos cincuenta metros cuadrados. Ahí los niños nos sentábamos en el piso y ella frente a nosotros en una silla de madera.
La primera parte de su clase era de memorización y en la segunda, nos explicaba lo memorizado. La señora tenía mucha sabiduría y una excepcional habilidad para enseñar. Con ella aprendimos las virtudes teologales, las potencias del alma y tantas cosas que a cincuenta años de distancia aún recuerdo.
Un día la engañé con el credo. Como era una de las oraciones que más se me complicaba memorizar, a la hora de recitarla en grupo, yo solo movía la boca como si supiera rezar. “Al fin que ella no se dará cuenta”, pensé, éramos tantos niños. Lo que no esperaba era que uno de esos días mi madre me estaba observando y supe que me había descubierto cuando vi que alzó una de sus cejas, gesto característico de ella que significaba: “Te he cachado”.
Cuando salimos de la doctrina, pensé que en casa me esperaba una reprimenda, pero no, simplemente mi madre y yo nos sentamos en la sala y me dijo:
—Mira Fer, podrás engañar a Doña Manuela y podrás engañarme a mí, pero a Dios no lo puedes engañar.
Yo no repliqué. Sabía a lo que se refería. A partir de ese día cada tarde mi mamá repasaba conmigo el credo, una y otra vez, hasta que me lo aprendí.
Y hoy, cuando hago algo que mi conciencia me dice que fue incorrecto tengo presentes las palabras de mi madre y es cuando me corrijo y trato de ser mejor.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

