Ese día llegué al atrio de la parroquia un poco después de que terminó la misa de cuerpo presente.
Vi cómo toda la gente salía del templo, en silencio. La mayoría vestía de negro. La familia del difunto lloraba y se despedía de él antes de subirlo a la carroza para trasladarlo al panteón.
Me senté en la última de las bancas de metal que se encuentran en el atrio y suspiré. No había nadie cerca de mí.
De pronto sentí una presencia a mis espaldas y cuando volteé vi con sorpresa que era Jesús de Nazaret. Me sonrió, puso su mano sobre mi hombro y susurró: “La paz sea contigo”.
De inmediato me puse de pie, pero Él me dio a entender que siguiera sentado, luego se sentó junto a mí.
¡Wow! Su presencia era reconfortante. Percibí un aroma muy agradable, como a gardenias. Por un momento cerré los ojos y me desconecté del mundo disfrutando de esa sensación tan maravillosa que es estar junto a Él.
—¿Lo conocías? —me preguntó interrumpiendo mi éxtasis.
Abrí los ojos y respondí:
—Sí, él vivía a tres cuadras de mi casa.
Jesús asintió con su cabeza y dijo:
—Pues bueno, él tenía que regresar a la Casa del Padre.
Guardé silencio pues tenía mis dudas.
—Anda —dijo— exponme esas dudas.
¡Ay! Olvidaba que él podía conocer mis pensamientos.
—Es que…—titubeé— mira, yo conocí al difunto y seguramente tú también lo sabes, su vida no fue muy ejemplar que digamos.
Jesús escuchaba con paciencia.
—Fue hasta que llegó a ser un adulto mayor —continué— que “según” se reivindicó y tengo entendido que en sus últimos días fue una buena persona.
El Maestro asintió en señal de confirmación.
—¿Dios pasará por alto todo lo malo que fue? ¿Realmente esa última etapa en la que fue una buena persona será suficiente para que entre al Reino de los cielos?
Jesús se acercó más a mí y me dijo en voz baja:
—Déjame contarte una historia, ¿sí?
Asentí con la cabeza.
—“El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario (una moneda romana de plata) por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.
Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo:
‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar? ‘Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.
Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’.
Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno.
Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y, sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.
Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’
De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
—¡Vaya! Entonces él —dije mirando hacia el féretro— es uno de esos trabajadores que llegó a laborar en la viña hasta ya entrada la tarde, es decir, casi al final de su vida y, sin embargo, Dios le recompensará con el mismo denario que otros que han estado a Su servicio desde temprana edad. ¡El denario es el Reino de los cielos!
Jesús sonrió complacido.
—¿Qué piensas? —me preguntó.
—Pienso que la generosidad de Dios sobrepasa nuestro razonamiento humano. Él nos da a todos una oportunidad para arrepentirnos y volver al camino del bien. De entrar en el Reino de los cielos no porque lo merezcamos, sino porque Él es bueno.
Pienso que cada persona tiene su tiempo para encontrar a Dios. Algunos, lo encuentran desde su niñez, otros en su juventud, otros en su edad adulta y otros —dije mirando al cortejo fúnebre— en la parte final de su vida.
El Maestro asintió y recitó un fragmento que recordé haber leído en el libro del profeta Isaías:
— “Busquen a Yavé ahora que lo pueden encontrar,
llámenlo ahora que está cerca.
Que el malvado deje sus caminos,
y el criminal sus proyectos;
vuélvanse a Yavé, que tendrá piedad de ellos,
a nuestro Dios, que está siempre dispuesto a perdonar.
Hizo una pausa y me miró esperando que yo complementara:
—…Pues, “sus proyectos no son los míos,
y mis caminos no son los mismos de ustedes”, dice Yavé.
Jesús asintió nuevamente y se recargó en el respaldo de la banca.
En ese momento la gente se dirigió a la salida del atrio. Nos pusimos de pie. Miré a Jesús y le dije que me sentía avergonzado y arrepentido por el juicio que hice acerca de mi prójimo.
Él cruzó su brazo sobre mis hombros y sonrió. Sabía que me interesaba ganar ese denario.

Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.