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Hace poco mi hermana me entregó un paquete de libritos, que cuando mi papá vivía, escribió a puño y letra y encuadernó de forma artesanal.

Los empecé a leer y hubo uno que me hizo transportar hasta principios de los años ochenta.

Recuerdo que en esa época se había construido en obra negra el segundo piso de mi casa y mi papá habilitó un espacio rústico a manera de estudio.

Instaló sobre dos bases de madera un par de tablones que le servían de escritorio. Se sentaba en una silla con asiento acojinado de terciopelo guinda.

En la pared, colocó dos repisas donde tenía bien ordenados sus libros.

La habitación estaba oscura y solo una lámpara de escritorio alumbraba el espacio que él utilizaba para leer y escribir. Tenía abierta en una de sus páginas, la Sagrada Biblia.

—¿Qué estás haciendo papá? —le pregunté.

Él dejo de leer la Biblia y volteó a verme por encima de sus lentes bifocales.

—Develando un misterio ¿quieres saber de qué se trata?

Asentí. Se oía interesante.

—Ven, siéntate —dijo y me cedió su lugar. Él quedó de pie, junto a mí.

Me señaló tres citas bíblicas que tenía anotadas en una hoja de papel.

—Busca y lee estas tres citas por favor —me pidió.

Así lo hice. La primera fue del libro del Génesis referente a cuando Dios creó al hombre. Gn.1, 26 “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra…”

La segunda también fue del Génesis y se refería al episodio de la torre de Babel. Gn.11,7 “Ea pues, descendamos y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro…”

Por último leí el versículo referente a la vocación del profeta Isaías. Is, 6,8 “Y luego oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?…”

Cuando terminé de leer, volteé a verlo. Él cruzó sus brazos mientras que una sonrisa se dibujaba en sus labios.

—¿Qué tienen en común estas tres lecturas? —me preguntó.

Tardé unos segundos en contestar.

—No lo sé, se refieren a tres episodios distintos.

—Te daré una pista: ¿Quién habla en estas tres citas bíblicas?

—Dios.

—Exacto.

—¿Y…?

—Si es Dios quien habla, ¿por qué están expresadas en plural?

Rápido volví a abrir las páginas donde estaban las tres citas y efectivamente, confirmé que se utilizaron las palabras “Hagamos”, “nuestra”, “descendamos”, “confundamos”, “nosotros”. Lo volví a mirar esperando su explicación.

—Es el misterio de la Santísima Trinidad —dijo— se refiere a que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han existido desde siempre, por eso habla en plural.

Arqueé mis cejas y asentí con la cabeza en señal de admiración. Me puse de pie y le regresé su sitio a la vez que tocaba su hombro. Él sonrió, se volvió a sentar y siguió estudiando su Biblia. Yo me retiré lentamente de ahí y seguí con mis cosas.

En ese momento yo no valoré el descubrimiento que mi padre había hecho y que San Agustín lo hubiera envidiado, mi mente estaba más enfocada en las chicas, los amigos y el futbol.

A libritos como ese, él los denominaba “mini estudios”, y ahora, cuarenta años después, vuelven a mis manos como un recuerdo de mi padre.

Fermín Felipe Olalde Balderas
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas

Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

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Ana Saavedra
Ana Saavedra
mayo 18, 2023 11:01 pm

Excelentes recuerdos, grandes aprendizajes, que permiten hacer una buena reflexión sobre esos momentos compartidos con tu padre y que a su vez dejan la inquietud de tener esos momentos con mi hijo, gracias por ello.

AEOR
AEOR
mayo 19, 2023 4:01 am

Todo es un misterio. Que bonito recuerdo! Un abrazo!

Leopoldo
Leopoldo
mayo 23, 2023 12:16 am

Los buenos hábitos son perdurables y siempre nos darán mensajes útiles en diferente momentos de la vida.

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