Esa tarde llegué a misa como en otras ocasiones. No es que sea yo muy devoto sino que a veces acompaño a una vecina que vive cerca de mi casa.
Mi vecina entró al templo y se sentó en una de las bancas de adelante. Yo me quedé parado en la entrada.
Vi cuando entró el señor que vende las verduras y se sentó en una de las bancas de atrás. A la señora de lentes también la conozco, vive a dos cuadras de aquí. Me dio gusto ver a la señora Ruth, la que ayuda a los animales. Le saludé y ella sonriendo correspondió mi saludo.
Cuando el sacerdote dio la bendición final la gente empezó a salir del templo y fue cuando vi a un hombre de camisa azul. Me pareció buena persona y me acerqué a saludarlo. De pronto sentí un dolor intenso en unos de mis muslos. Ese señor me había dado un puntapié.
Lancé un grito desgarrador y salí corriendo.
—¿Por qué le pega? —le reclamó la señora Ruth— si no estaba haciendo nada malo.
—¡Ash! —Exclamó molesto el hombre— no deberían dejar entrar perros al templo.
Ella fue tras de mí para tratar de consolarme pero me dio miedo y seguí corriendo. No sé qué hice mal. Solo me acerque a olfatearlo un poco.
Yo no tengo la culpa de que aún exista esta cultura en México, a que algunas personas —como mi dueña— diariamente dejen salir de su casa a sus perros para que hagan sus necesidades en la calle o que los dejen vagar exponiéndolos a ser envenenados, atropellados o golpeados como lo hizo esa tarde el hombre de camisa azul.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

