Hay un principio del Derecho que dice: “Ignorantia legis neminem excusat” y significa que desconocer la ley no nos excusa de cumplirla.
Pienso que no hay ley más importante por cumplir que la Ley de Dios la cual está reflejada en los diez mandamientos.
Tal vez para algunas personas sea algo pasado de moda, para otras, fanatismo religioso.
Para mí los diez mandamientos son las “reglas del juego” de este maravilloso don al que llamamos vida.
La vida de por sí ya es dura, pero si no cumplimos los mandamientos, lo es más. Solo por poner un ejemplo, si matas a alguien, robas o te acuestas con la mujer de tu prójimo, es seguro que te meterás en problemas. Por eso es que, además de que son normas morales, son las reglas básicas para una sana convivencia humana.
Hace casi dos mil años un doctor de la ley le preguntó a Jesús: ¿Cuál de los mandamientos es el más importante? Jesús contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos está cifrada toda la ley y los profetas”.
Es bien cierto, mira, si de verdad amamos a Dios, le daremos el primer lugar en todo. Evitaremos jurar en vano en su nombre. Le destinaremos con gusto parte de nuestro tiempo personal para escuchar su palabra, alabarlo, darle gracias, etcétera. Pero la prueba mayor de que amamos a Dios es amando a nuestros semejantes.
Y si amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, honraremos a nuestros padres, no mataremos a nadie, no cometeremos adulterio ni andaremos fornicando, ni robaremos, ni mentiremos, ni codiciaremos las cosas ajenas y mucho menos desearemos a la mujer de nuestro prójimo.
Y déjame decirte que Jesús es todavía más exigente en el cumplimiento de la Ley. Antes de que Él llegara a este mundo se consideraba infracción a la ley cuando se cometía una acción pero cuando Él llegó su exigencia subió de nivel ya que nos instruyó a que la pureza debía empezar desde el interior, desde el deseo, la intención.
Un ejemplo de esto es lo que expresó con respecto al sexto mandamiento: “Habéis oído que se dijo: no cometerás adulterio pero yo os digo que quien mire a una mujer deseándola, ya cometió adulterio en su corazón”.
El amor de Dios debe estar tan arraigado en nuestro ADN que cuando le demos prelación, es decir, prioridad a la Ley de Dios, alcanzaremos a detectar situaciones en que a veces lo permitido, lo legal, no siempre es lo mejor.
Un ejemplo muy sencillo es fumar. ¿Es legal? Sí. Salvo en algunos espacios que están catalogados como “libres de humo”, si fumas en tu casa o en la calle nadie te levantará cargos, ni te sancionarán. Pero, aunque es legal no es lo mejor. No solo porque daña tu economía, le haces un daño a tu organismo. Te haces daño a ti mismo y si fumas cerca de alguien le haces daño a tu prójimo.
Entonces, fumar es legal, pero no es lo mejor. Y es en estos casos en que podemos hacer uso de ese otro maravilloso don: la voluntad. Fumar es legal pero ejerzo mi voluntad para no hacerlo.
Ahora voy a poner otro caso más delicado. Supongamos que un día los legisladores toman la decisión de promulgar una ley que permita matar o no sancione a quien se atreva a matar. Ya sea que la víctima sea un ser que se encuentra en el vientre materno o un adulto mayor que ya está cansado de vivir o de sufrir.
Es ahí donde, si tenemos la Ley de Dios en nuestro ADN y le damos prelación sobre las leyes humanas, debemos ejercer nuestra voluntad y decir: “pues será muy legal, pero no es lo mejor”.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

