—Ven hijo, vamos a platicar un ratito—le comentó el padre de familia a su hijo adolescente invitándolo a sentarse en el sillón de la sala.
En esa familia los papás les enseñaron a sus hijos a asumir ciertas responsabilidades como tender su cama, ayudar en las actividades del hogar y hacer la tarea antes de ver televisión o de ir a jugar, pero en ese año el joven adolescente empezaba a ser rebelde y desobligado.
—Mira hijo —inició el papá— es importante que primero cumplas tus responsabilidades para que puedas disfrutar de tus derechos. Las cosas no funcionan al revés.
El joven escuchaba atento.
—Tu mamá me ha comentado que últimamente has descuidado tus deberes y eso no es correcto. Yo te invito a que corrijas tu comportamiento y vuelvas a cumplir como antes lo estabas haciendo.
El chico asintió con la cabeza sin replicar pero después de varios días continuó sin cumplir sus responsabilidades.
Un día el joven recibió le grata noticia de que estaba convocado a integrar la selección de futbol de su escuela pero como había que salir a jugar a diferentes ciudades, requería contar con el permiso firmado de sus padres.
Le presentó el permiso a su mamá y ella le comentó que era algo que tenía que hablar con papá para que ambos tomaran la decisión. El chico no se preocupó, estaba seguro que firmarían, era algo tan sencillo.
Cuando llegó su papá de trabajar, la mamá le comentó el asunto sin que el joven estuviera presente y después de dialogarlo, ambos padres de familia decidieron que no firmarían el permiso.
—¡Qué!, ¿Por qué no? —reclamó el adolescente cuando se lo hicieron saber.
Su padre tomó la palabra y le hizo recordar la plática que tuvieron en días previos.
—Respóndeme de forma sincera —le dijo— ¿has estado cumpliendo tus responsabilidades?
El chico miró a su mamá. A ella no la podía engañar.
—No —respondió con un susurro.
—Entonces ¿Cómo es que piensas que puedes obtener un permiso para hacer algo que te gusta si no has cumplido tus deberes primero?
El chico no tuvo respuesta y empezó a llorar. Volteó a ver a su mamá como suplicándole clemencia. A ella por poco y se le salían las lágrimas. El joven volvió su mirada a la de su padre quien estaba ahí mirándolo a los ojos, inflexible.
El joven hubiera preferido que su papá le hubiera dado unos cintarazos como se acostumbraba en aquella época pero que lo dejara ir a jugar con la selección. No, sus padres tenían otra forma de disciplinar.
Cuando el adolescente le explicó al maestro el motivo por el cual sus papás no le habían dado el permiso éste les dio la razón y animó al chico para que cumpliera con sus responsabilidades tanto en su casa como en la escuela, “al fin que tendremos más juegos durante el año”, le dijo.
El muchacho nunca más volvió a incumplir. La lección había sido más dura que los golpes, pero efectiva. Siguió jugando al futbol y nunca más tuvo problema para que sus padres le dieran un permiso.
Pasó el tiempo, el chico se hizo adulto, se casó, su madre murió y su padre llegó a ser adulto mayor y un día platicando con él, recordaron el incidente.
—Lo recuerdo perfectamente —le dijo el papá— no puedo olvidar tus lágrimas y las de tu mamá. Fue un momento muy difícil para los tres.
—¿Y no te arrepientes de haberme negado el permiso? —le preguntó su hijo.
—No, porque yo sabía que era necesario. Verás, cuando eres padre de familia aprendes a anteponer lo necesario a lo agradable.
—¿Cómo es eso?
—Sí, por ejemplo: Cuando tienes un hijo pequeño y hay que llevarlo a vacunar sería agradable no hacerlo porque sabes que le dolerá, llorará, pero es necesario por su bien.
—Oh ya entiendo.
—A tu madre y a mí nos hubiera gustado darte permiso, pero era necesario no hacerlo como parte de la disciplina que necesitabas.
—Pero estás de acuerdo papá que “se la jugaron a una sola carta”.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que se arriesgaron a que en lugar de haber corregido mi comportamiento lo pude haberlo empeorado.
El anciano lo pensó un momento, se acomodó en su sillón y respondió:
—Sí, tienes razón, pero en ese momento pensamos que era lo correcto. Recuerdo que durante muchos días estuviste enojado con nosotros, pero mira hijo, es mejor formar hombres que hacer amigos. De cualquier forma te pido una disculpa por ese incidente.
El hijo abrazó el cuerpo frágil de su padre y le dijo:
—No tienes nada de qué disculparte papá, estabas en tu papel y yo lo comprendo. Además, aunque me enojé mucho con ustedes yo sabía que me lo merecía y debo reconocer que eso me ayudó a formar mi carácter.
Su padre sonrió con satisfacción.
—Y mira hijo, nunca olvides que ese mismo principio aplica para la otra vida ¿eh?
Su hijo no entendió y el anciano tuvo que ser más explícito.
—Si queremos gozar de la vida eterna primero hay que cumplir con los mandamientos y la voluntad de Dios. Las cosas no funcionan al revés.
Su hijo quedó pensativo. No había reflexionado en eso. Tenía que tomar en cuenta de nuevo la lección.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

