Esa tarde yo regresaba caminando a casa por una de las calles de mi barrio cuando de pronto escuché un sonido fuerte acompañado de un grito.
Cuando volteé vi que en la esquina yacían en el piso dos personas jóvenes —un hombre y una mujer— junto a la motocicleta que unos momentos antes iban tripulando. No supe si un vehículo los atropelló o la moto derrapó por lo arenoso del piso. Varias personas corrimos hacia el lugar de los hechos y una de ellas llamó por su celular al 911.
Recordé que no es bueno tratar de levantar a los heridos si uno no tiene la preparación médica necesaria para hacerlo así es que solo me acerqué al joven accidentado y le comenté:
—Tranquilo, ya viene la ayuda en camino.
Le calculé una edad no superior a los treinta años. El joven motociclista atendió mi sugerencia y se sentó en la orilla de la banqueta con cierta calma, pero cuando vio que la mujer que venía con él en la moto yacía en el piso inconsciente, se olvidó de lo que le dije y se dirigió rápido hacia ella. La zangoloteó pidiéndole que despertara a pesar de que la gente le decía que esperara a la ambulancia.
Cuando llegaron los paramédicos, le tomaron el pulso a ella. Uno de ellos miró al otro moviendo la cabeza negativamente. El joven motociclista se puso como loco, empezó a llorar y a gritar, ella había muerto.
¡No! —le gritaba él y la llamaba por su nombre— ¡No me dejes!
Fue una escena muy triste.
Ese día regresé a casa conmocionado. Estaba consciente que cada persona tenemos un tiempo de vida en esta tierra, pero no podía apartar de mi mente la idea de que pudo haber sido diferente si ellos hubieran utilizado un casco.
Al día siguiente, mientras me dirigía a mi trabajo pasó frente a mí una motocicleta en la cual iba un hombre con su familia ¡Sí! cuatro personas en una sola moto incluyendo un bebé. Todos sin casco.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

