Esa mañana amaneció soleada y Juan salió a trabajar como todos los días. Nunca se imaginó que por la tarde llovería tan fuerte cuando iba de regreso a su casa. Cuando empezó a llover él buscó un lugar donde resguardarse, pero no lo encontró, los vientos eran tan fuertes que a los pocos minutos estaba completamente mojado.
—¡Maldita lluvia! —susurró para sí mismo.
Estaba lamentándose de su suerte cuando de pronto un pensamiento llegó a su mente.
—Por fin, ¿no era eso lo que pediste?
—¿Qué? —se preguntó y de inmediato llegó a su memoria un recuerdo— ¡Oh, sí!, es cierto, ayer por la noche le pedí a Dios por un buen temporal.
—Así es —siguió pensando— tal vez en este momento solo piensas en lo incomodo que es sentirse mojado, pero te serviría considerar que una lluvia como esta refresca el ambiente, hace unos días estabas quejándote del calor. Además, servirá para regar los campos que producirán cosechas para que todos podamos comer y ya para terminar ¿ya se te olvidó que cuando eras niño disfrutabas mojarte cuando llovía a cántaros? ¡Vamos! Nunca pierdas la ilusión.
—Es cierto —balbuceó Juan y se acordó de su niñez. Se relajó y siguió caminando a la vez que abría sus brazos mientras las gotas de lluvia acariciaban sus mejillas. La gente sentía envidia al verlo cómo disfrutaba de la lluvia.
Llegó a su casa, se quitó la ropa mojada y tomó una ducha. Cuando estuvo en la soledad de su habitación sintió la necesidad de disculparse.
—Perdóname Señor, fui un insolente al maldecir a la lluvia, ahora reconozco que es una bendición.
Esa noche Dios le sonrió comprensivo y Juan durmió como un bebé.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

