—Oye hermano quiero pedirte un gran favor —exclamó Juan— ¿podrías prestarme quinientos pesos? Fíjate que tuve que hacer algunos pagos y me quedé sin dinero para subsistir en la semana.
—Claro que sí hermano —respondió Miguel al momento que sacó su cartera— aquí los tienes.
El siguiente fin de semana Juan le volvió a pedir prestado a Miguel y similar situación se dio en los siguientes dos fines de semana hasta que Miguel notó que su hermano tenía ciertos hábitos que acentuaban su constante necesidad económica: los lunes era usual que no se presentaba a trabajar, destinaba dinero para tabaco y alcohol, acostumbraba comprar cosas que no eran de primera necesidad y se endeudaba en tiendas donde otorgan crédito con muy altos intereses.
“Creo que no estoy haciendo lo correcto”, pensó Miguel, “mi familia y yo trabajamos duro, cuidamos nuestro dinero y hacemos un esfuerzo por ahorrar sin embargo mi hermano tiene una forma de vida muy diferente y lo peor de todo es que yo lo estoy haciendo dependiente de mi ayuda”. Entonces, un día Miguel habló con Juan y le comentó que debido a que ya había agotado todos sus ahorros no le podía prestar más dinero.
—Pero cuando tú lo desees, me llamas y te puedo dar una verdadera ayuda —le dijo.
A Juan le extrañó tal ofrecimiento, se preguntó “¿Cómo sería una verdadera ayuda sin que hubiera dinero de por medio?” y para no quedarse con la duda, días después llamó a su hermano para “tomarle la palabra”.
Entonces Miguel fue a visitar a Juan y le explico que él podía asesorarlo en la administración de su economía compartiéndole algunos consejos que le pudieran ser de utilidad. Juan aceptó y ese mismo día su hermano le hizo un análisis de sus finanzas, dándole recomendaciones para aprovechar mejor sus ingresos y evitar aquellos gastos que le representaran una fuga de dinero. Juan tomó en cuenta las sugerencias de su hermano y asumió el reto de hacer cambios en sus hábitos de vida. A partir de ese día, ya no tuvo necesidad de pedir prestado, lo que ganaba le alcanzaba para subsistir y destinar una cantidad de ahorro semanal, para imprevistos. De esa forma se dio cuenta que hay ayudas más importantes que el dinero, pero se requiere disposición para aceptarlas y voluntad y valor para cambiar.
Un día, Juan se encontró con José, su gran amigo y compañero de trabajo.
—Quiero pedirte un gran favor —exclamó José— ¿podrías prestarme quinientos pesos? Fíjate que tuve que hacer algunos pagos y me quedé sin dinero para subsistir en la semana.
Juan sonrió pues no era la primera vez que José le pedía prestado y se dispuso a ofrecerle una verdadera ayuda.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

