El día del accidente recuerdo haber escuchado un ruido estruendoso y visto cómo el parabrisas estallaba en mil pedazos, después escuché la sirena de la ambulancia y las voces de los paramédicos que hacían lo posible por mantenerme con vida, luego, perdí el conocimiento.
Entonces fui atraído por una gran luz y llegué a las puertas del cielo. Ahí en la entrada ya estaba un ángel esperándome. Deduje que yo había muerto y me dio gusto saber que mi destino era el paraíso, pero para mi sorpresa escuché al ángel decir:
—Lo siento amigo, pero aún no puedes entrar.
—¿Por qué? —pregunté.
—Es que posees un alma de adulto.
—¿Acaso será porque morí siendo un adulto? —contesté de forma sarcástica.
El ángel sonrió.
—Lo que sucede es que para que entres al cielo tu alma debe ser como la de un niño.
—¿Es eso posible? —exclamé extrañado.
—No solo es posible, es indispensable.
—Y entonces, ¿qué procede?
—Lo que procede es que sometamos a tu alma a un proceso de conversión para que pueda unirse a Dios.
—¿Ah sí, y eso cómo lo puedo hacer?
—Te voy a dar dos opciones a elegir: La primera es que entres en ese lugar —dijo señalando hacia un área que se encontraba frente a las puertas del cielo— ahí podrás realizar tu proceso.
—¿Puedo echar un vistazo? —pregunté.
—Adelante.
Me acerqué despacio al lugar y entré a un bosque con neblina. Al avanzar, pude ver que había tres niveles de oscuridad: el primero y menos oscuro era el que estaba ya muy cerca del cielo, el intermedio era un poco más oscuro y el más alejado era terrible, se sentía un ambiente triste y desagradable. Se veían las almas de las personas deambulando por ese bosque en medio de una terrible soledad. Mi corazón deseaba salir de ahí cuanto antes pues ansiaba estar con la Gran Luz y yo sufría por eso. Entonces entendí que ahí tenía que pasar un tiempo hasta que lograra que mi alma quedara tan limpia como la de un niño. Regresé de prisa hasta donde estaba el ángel y le pregunté:
—Me dijiste que había dos opciones para convertir mi alma ¿cuál es la otra?
—Que el proceso lo vivas en la tierra.
No fue difícil la elección.
—Entonces acepto realizar el proceso en la tierra.
—Perfecto, dichoso tú que puedes decidir.
—Y ahora dime ¿en qué consiste el proceso?
—Piensa ¿cómo es un niño?
—Pues inocente, sin maldad.
—Exacto, el reto es regresar a ese nivel de pureza, sencillez, humildad y en resumen un amor como el que tenías en tu corazón cuando eras niño.
—Pues sí que está grande el reto.
—Cierto, pero lo puedes lograr, mira esa alma que va llegando —dijo señalando a alguien que entraba al cielo. Se veía limpia, pura.
—Tal vez murió siendo un niño —exclamé.
—Te equivocas, la persona tenía ochenta y dos años de edad.
Me quedé asombrado.
—La edad del cuerpo es una cosa, la del alma es otra.
—Pues si esa persona lo pudo lograr yo también lo lograré.
—Excelente, así se habla.
—Oye amigo ángel y ¿no crees que algo tan trascendente para el ser humano debió ser advertido a todos los habitantes de la tierra?
—Lo fue —exclamó el ángel sacando de entre sus ropas una Biblia y entregándomela señalando el capítulo dieciocho versículo tres del evangelio de San Mateo— por favor léelo en voz alta.
—“…En verdad os digo que, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos…”—leí— tienes razón ha estado escrito desde hace casi dos mil años.
—Cuando estuviste en la tierra ¿nunca estudiaste esto?
—Para serte sincero, odiaba todo lo que tenía que ver con religión, me parecía fanatismo inútil.
—Pues ya te diste cuenta que no tiene que ver con una religión en especial sino que va de por medio tu felicidad eterna, pero no te preocupes, ahora que regreses a la tierra podrás prepararte más.
—Bien, pues estoy listo.
Cuando abrí los ojos estaba en la habitación del hospital, los médicos hicieron bien su trabajo y ahora estaba de vuelta. Cuando me dieron de alta, la enfermera exclamó:
—Alguien, allá arriba, lo quiere mucho pues le ha dado otra oportunidad de vivir.
Asentí con la cabeza.
—Lo veo radiante, supongo que tiene ganas de regresar a su casa, ya me imagino todas las cosas que tiene por hacer.
—Así es, pero ¿sabe? De todas ellas solo una es la más importante.
—¿Puedo saber cuál es?
—Claro: volver a ser como un niño.
La enfermera frunció el entrecejo y le platiqué todo lo que me había explicado el ángel. Se entusiasmó tanto que me dijo:
—¿Cree que yo también pueda lograrlo?
—Pero por supuesto, créame que lo necesitará.
—Muy bien, pues le deseo lo mejor en su nueva vida y permítame un momento, tengo algo para usted.
Se dirigió hacia el buró, abrió el cajón y sacó una paleta de dulce y me la entregó. Señaló con su dedo índice la fecha en el calendario: 30 de abril.
—¡Que tenga usted un feliz día del niño!
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

