Era un Domingo de Ramos cuando yo estaba disfrutando de una rica nieve frente al Templo de Nuestra Señora de la Asunción, en el Barrio del Zapote, en Celaya. El sol estaba radiante, había una gran diversidad de puestos de comida y mucha gente esperando poder entrar al templo para recibir la bendición de las palmas.
De pronto me sentí un poco extraño, un leve mareo originó que se me nublara la vista. Cerré los ojos y cuando los abrí ya me encontraba en la ciudad Santa: la Gran Jerusalén, en los tiempos de Jesús. Vestía como la gente de esa época y estaba en medio del vaivén de comerciantes y judíos que pasaban junto a mí con indiferencia.
Aún estaba tratando de asimilar lo que pasaba cuando escuché el murmullo de una muchedumbre. Volteé y vi que era Jesús de Nazaret que venía entrando por una de las puertas de la ciudad montado en un burrito. La gente cogía ramos de palmas e iba a recibirle, tendía sus mantos por su camino y aclamaba diciendo “Hosanna, bendito sea el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel”. Conforme se iba acercando, mi corazón latía más fuerte. Era impresionante su majestuosidad y por un momento pensé que le hubiera venido bien entrar cabalgando como un rey en un brioso corcel, pero recordé que al llegar montado en el burrito se cumplía lo anunciado por el profeta Jeremías.
Mi alegría se transformó en tristeza cuando pensé que muchas de las personas que hoy lo están aclamando, en unos cuantos días estarán pidiendo su crucifixión.
Cuando pasó frente a mí, me hinqué e incliné mi cabeza en señal de adoración. Él detuvo el tiempo por unos segundos. Alcé mi vista y vi que me estaba mirando, sonriendo.
—¡Qué gusto verte! —Me dijo.
Yo miré a mi alrededor y vi que la gente se había quedado inmóvil. Volteé hacia atrás dudando de que se hubiera dirigido a mí.
—No debes estar triste —exclamó— sé que los próximos días serán difíciles para mí, pero recuerda que a eso he venido: a salvar al mundo y a vencer a la muerte.
Asentí con la cabeza.
—¿Quieres acompañarme en ese proceso? —me preguntó.
Aunque mi rostro reflejó desconcierto, no pude resistirme ante tan especial invitación.
—Por supuesto ¿qué tengo que hacer?
—Analiza cómo ha sido tu vida hasta ahora e identifica aquello que te ha alejado del amor a Dios, a tu prójimo y a ti mismo, arrepiéntete, pide perdón y cambia tu forma de vivir, da el paso del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, que esa sea tu Pascua.
—Con mucho gusto Señor, así lo haré.
—Muy bien —contestó sonriendo— entonces continuaré mi camino y tú puedes seguir saboreando tu nieve.
—¿Mi nieve? —susurré y de inmediato me trasladé al tiempo actual.
—¿Se siente usted bien señor? —Me preguntó uno de mis vecinos de barrio— se quedó ensimismado y su nieve se ha derretido por completo.
—¿Qué? —Reaccioné— ¡Oh sí, tiene razón! estoy bien, muchas gracias.
A partir de ese día, las cosas me han quedado más claras. Me sigue gustando este tiempo por las vacaciones, las tortitas de camarón con nopales y la capirotada, pero ahora soy consciente que lo más importante es que ese Hombre dio su vida por mí y estoy dispuesto a esforzarme por corresponder a su amor, a dar el paso de la oscuridad a la luz, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, todos los días del año.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

