—¡Apúrale Mín que vamos a llegar tarde al juego! —gritó mi amigo Turín de diez años de edad, yo tenía doce.
Habíamos esperado con ilusión ese día porque los jugadores del equipo de futbol de segunda división “Linces” del Tecnológico Regional de Celaya estarían en el campo ubicado atrás del Templo del Zapote.
—¡Listo, vámonos! —le dije mientras salí apresurado.
Cuando llegamos al lugar aún no empezaba el juego, pero ya había un centenar de niños rodeando a los jugadores. Yo me sentía feliz porque por primera vez conocí en persona a Carlos Cerritos, Alfonso Oviedo, Maclovio Munguía y al “Bibis” Rico solo por mencionar algunos.
Cuando terminó el partido nos volvimos a reunir en torno a ellos y una persona del cuerpo técnico nos invitó a que acudiéramos en fecha próxima a las instalaciones del Tecnológico para escuchar por radio y apoyar al equipo pues se disputaría la final contra el San Luis y el pase a la primera división.
Llegado el día, mi amigo no pudo asistir, así es que acudí en solitario a las instalaciones del Tecno y vi que el auditorio estaba lleno de aficionados dispuestos a apoyar al equipo a distancia. En la sala ya tenían una radio conectada a dos grandes bocinas a través de las cuales escucharíamos la narración del encuentro.
Empezó el partido y con él la emoción. Finalmente, y para tristeza mía la victoria fue para el equipo de San Luis Potosí. La ilusión se había esfumado.
Me quedé sentado unos minutos esperando a que se despejara la puerta de salida. Junto a mí estaba un señor quién de pronto me dijo:
—¡Hey! niño, ¿te desanimaste porque perdieron los Linces?
Lo miré, sonreí apenado y asentí con la cabeza.
—No te desanimes, ya vendrán tiempos mejores.
Por una extraña razón, me pareció familiar. El hombre era alto y delgado, su pelo un poco rizado y con algunas canas. Sus ojos pequeños y tristes se escondían detrás de unos lentes redondos. Las arrugas en su frente y sus ojeras pronunciadas delataban más de cincuenta años de edad. Su sonrisa era cálida enmarcada en una barba de candado.
—Yo quería que nuestra ciudad tuviera un equipo en primera división —exclamé con nostalgia.
—Déjame contarte un cuento ¿sí? —dijo el hombre.
Asentí.
—Algún día, en esta ciudad, existirá un equipo de futbol. No serán los Linces pero si Los “Toros” del Atlético Celaya. Jugará y ganará la final de ascenso de la tercera a la segunda división y luego pasará a la primera.
Yo lo escuchaba atentamente.
—Y la historia no terminará ahí porque al subir a primera división contratarán a Emilio Butragueño, ex jugador del Real Madrid y de la Selección Española. Él, junto con otros excelentes jugadores llevarán al equipo a disputar la final de la primera división contra el Necaxa y así como hoy sientes la frustración de que los Linces no ganaron la final, algo similar sentirás ese día porque el juego terminará en empate y con ello, el Necaxa se llevará el título de campeón y el Celaya el subcampeonato.
—¿Está hablando de la primera división? —pregunté incrédulo.
—Sí claro, del máximo circuito a nivel nacional. Tu traerás a tus hijos al estadio.
—¿Qué? —Repliqué— ¿hijos? Yo nunca me voy a casar.
—¡Oh si claro! —respondió divertido— y te darás cuenta joven amigo, que, tanto en el plano deportivo como en la vida, lo importante es no desanimarse, la clave es perseverar, nunca perder la esperanza y la fe de que en algún momento llegará el éxito.
Yo estaba como hipnotizado con su relato, me sentía reconfortado y volvió la ilusión en mí. Miré hacia la puerta de acceso y vi que estaba más despejada, me puse de pie y le dije:
—Muchas gracias señor, estuvo muy bonito su relato ¡lástima que es un cuento!
Sonrió y pude ver que se le hacía un pequeño hoyuelo en cada una de sus mejillas y antes de alejarme, exclamó:
—Niño, nunca subestimes un cuento.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

