Yo estaba trabajando como ejecutivo de ventas en una empresa importante de nuestro país y un día mi jefe me comentó que una compañía japonesa estaba interesada en conocer nuestros productos así es que me asignó la tarea de hacerles una presentación. Yo me preparé y viajé para estar puntual en el lugar, día y hora señalados. Todo resultó muy bien y me pidieron gestionar una nueva sesión para formalizar la compra. Hablé con mi jefe, única persona facultada para firmar el contrato, le comuniqué la buena noticia y acordamos agendar la reunión para el siguiente miércoles a las 10:00 a.m. misma que se llevaría a cabo en un prestigiado hotel de la ciudad.
Llegada la fecha yo me presenté en el salón del hotel desde las 9:30 a.m. y verifiqué que estuviera todo listo para la reunión. Quince minutos después llegaron tres japoneses liderados por el dueño de la empresa que deseaba comprar nuestros productos. Nos saludamos y les empecé a hacer conversación dando tiempo a que llegara mi jefe.
Cuando dieron las diez, el dueño de la empresa le preguntó a uno de sus colaboradores la razón por la cual no procedíamos a la firma del contrato y cuando éste le respondió que la persona facultada aún no llegaba, el dueño se puso de pie y dijo:
—Lamentamos mucho esta situación, pero ante la impuntualidad de su empresa, cancelamos la compra.
Me quedé atónito. Se nos estaba escapando de las manos una venta millonaria.
—Les ruego nos disculpen -respondí- seguramente mi jefe no tardará en llegar, ya está en camino.
Tomé mi celular e intenté comunicarme con él ante la mirada molesta del dueño quien no dejó pasar más tiempo y se dispuso a salir del recinto. Intenté detenerlos nuevamente sin lograrlo. Para las 10:05 ya me había quedado solo en el salón.
Eran las 10:15 cuando mi jefe entró despreocupado. En su mano izquierda cargaba su portafolios y con la otra trataba de controlar el teléfono celular mientras atendía una llamada. Dejó el portafolio sobre la mesa, hizo un movimiento con su mano izquierda para saludarme sin dejar de hablar por teléfono y se dirigió al área de break. Se sirvió un café, le dio un sorbo y se despidió de la persona con quien hablaba.
—¡Uf! ¡Qué bueno que aún no llegan! —dijo mientras tomaba asiento.
Lo miré todavía con mi rostro lleno de angustia.
—¿Qué pasa? —me preguntó.
—Se fueron.
—¿Qué?
—Ya se fueron. Ellos estuvieron aquí antes de la hora citada.
—¡Pero si apenas son las diez con quince!
—Pues el dueño de la empresa se molestó por nuestra falta de puntualidad y se fue poco después de las diez.
—¿Pero no te parece que es una exageración? Sólo son quince minutos de retraso.
Moví mi cabeza en señal de desaprobación.
—Para muchos de nuestros compatriotas, llegar tarde por quince minutos es solo un pequeño detalle, pero para otras culturas en el mundo, llegar tarde es una ofensa.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

