Iba yo caminando tranquilo por la banqueta cuando, un par de metros antes de llegar a la esquina, dio vuelta y me encontró de frente un ciclista que transitaba sobre mi acera, a velocidad y en sentido contrario. Instintivamente puse mi brazo frente a él y se estrelló contra mí. El manubrio pegó en mi mano, la rueda delantera en la espinilla de mi pie derecho y reboté en la pared. El ciclista, un joven no mayor a treinta años, salió disparado hacia adelante y cayó en el arroyo de la calle cerca de la banqueta. Se incorporó con mucho esfuerzo y me empezó a lanzar palabras altisonantes.
—¡Ah! ahora resulta que el ofendido eres tú -exclamé- ¿Qué no debería ser yo? Tu eres el que iba transitando por la banqueta, a velocidad y en sentido contrario. Eso está mal.
El joven se puso de pie, subió a su bicicleta y siguió su camino, en sentido contrario, no sin antes mentarme la madre.
Adolorido de mi brazo, de mi pie y de mi orgullo, seguí caminando y no pude evitar pensar que ese incidente pudo haber tenido un desenlace fatal si no reacciono a tiempo o si él hubiera caído más lejos en el preciso momento en que fuera pasando un vehículo.
Me hizo reflexionar que existe poca educación de algunas personas y con la palabra “educación” no me refiero a que haya ido o no a la escuela sino a la cultura vial que debe existir en un país civilizado. Lo que sucedió es solo un botón de muestra, pero hay más, hay quien escupe o tira basura en la calle, invade la zona peatonal o si es peatón se atraviesa sin fijar. Pienso que esas faltas que parecen insignificantes nos hacen ser una sociedad desordenada y van provocando que poco a poco “se nos haga fácil” incurrir en otras faltas mayores hasta convertirse en delitos.
Esa había sido mi conclusión hasta que un día iba caminando junto a mi hijo y al ver que no venía carro alguno me atravesé a mitad de la calle.
—¿Esto lo haces con frecuencia? —me preguntó.
—¿A qué te refieres?
—Atravesarte a mitad de la calle.
Asentí y me dio una lección:
—Es que el lugar correcto para atravesarte es por la esquina o por las líneas de paso peatonal.
Ese día me di cuenta que no solo al ciclista le hace falta educación, a mí también y fue entonces que me propuse mejorar mi forma de actuar para quitarme primero la viga de mi ojo antes de querer quitar la paja del ojo ajeno.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

