Eran las tres de la mañana cuando desperté sin una razón aparente. Me senté a la orilla de la cama y de pronto sentí una presencia en mi habitación. Miré hacia la puerta y vi la sombra de una persona que venía hacia mí. Pensé en encender la luz, pero me dijo:
—Si la enciendes, lo poco que ves de mí, desaparecerá.
Reconocí su voz. Era la de mi amigo Jorge quien murió a mediados de este año. No me dio miedo, más bien sentí gusto de verlo. Se sentó junto a mí y me empezó a contar la forma en que falleció y la tristeza que le generó haber dejado a su familia. Recordamos algunas de las aventuras que pasamos en nuestra juventud y luego se generó un clima propicio para que yo le hiciera una pregunta.
—¿Es cierto que antes de entrar al cielo Dios te manda a un lugar para purificarte?
—Depende de tu comportamiento aquí en la tierra —contestó— hay personas que entran directo, pero otras, como yo, que sí necesitamos prepararnos para entrar, pero Dios no lo manda a uno, uno mismo es quien decide purificarse.
Guardé silencio sin entender.
—Te voy a poner un ejemplo —empezó a explicar— imagina que vas caminando por un campo cuando deliberada o accidentalmente caes en una zanja de aguas negras. Sales de ese lugar escurriendo y expidiendo un olor muy desagradable. De pronto te encuentras de frente con una persona muy amada y muy importante para ti quien va impecablemente vestida y perfumada.
—¡Qué gusto me da verte! —Te dice la persona— déjame darte un abrazo.
—¡No, por favor! —Le respondes— te pido que me des oportunidad de irme a bañar y a cambiar. Luego volveré para darte un abrazo.
—La persona, como te ama, te comprende y te da oportunidad de irte a arreglar para que te sientas más presentable. Te espera el tiempo necesario y cuando ya estás listo te recibe con los brazos abiertos. ¿Entiendes?
Asentí.
—Pues esa persona es Dios. Cuando llega uno ante Él, su pureza es tan radiante que quedan al descubierto todas las pequeñas o muchas imperfecciones resultantes de tu paso por esta vida y es cuando tú mismo decides prepararte antes de unirte a Él. Y precisamente a eso he venido —concluyó— para ver si tú me puedes ayudar.
—¡Claro! —Respondí— ¿De qué forma lo puedo hacer?
—Orando por mí y por todas las personas que hemos fallecido. Ofreciendo por nosotros, todos los sufrimientos que vayas experimentando en tu vida y las buenas obras que hagas en favor de tus semejantes. ¿Cómo ves?
—¡Cuenta con ello! —exclamé.
—Te lo agradezco mucho —dijo sonriendo y se puso de pie dispuesto a marcharse.
—Jorge —lo detuve— ¿te puedo dar un abrazo?
Él me sonrió y asintió con la cabeza, pero cuando lo intenté hacer, desapareció.
A partir de ese día, mis oraciones son una comunicación consciente y directa con Dios, le encontré sentido a mis sufrimientos y aprendí que actuar en bien de los demás es también una ofrenda Divina.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

