Ayer fui a la tienda de abarrotes de la esquina a comprar un paquete de pan integral. Me atendió en el mostrador una jovencita. Su mamá —la dueña de la tienda— se encontraba sentada detrás de ella.
Ya que la joven me entregó la mercancía, saqué mi cartera para pagarle cuando se oyó la voz de la señora:
—¿Sabes qué hija? Revisa la fecha de caducidad del pan que va a comprar el señor.
La niña obedeció y nos dimos cuenta que el producto caducaba dentro de dos días.
—¿Aun así desea hacer la compra señor? —me preguntó la señora.
Me quedé pensando un momento.
—La verdad es que en dos días no nos acabamos este paquete —le dije— prefiero no hacer la compra.
—No hay problema señor —dijo la señora— lo bueno es que nos dimos cuenta a tiempo.
Como también compré otros productos, pagué, me dieron mi cambio, pero antes de retirarme le dije:
—¿Me permite decirle algo señora?
—Claro —respondió ella un poco preocupada.
—Esto que acaba de suceder me deja un buen concepto de usted —le dije— le diré la razón: no en todos los comercios se interesan en verificar la fecha de caducidad de un producto. Le dejan la responsabilidad al cliente y tal vez lo sea, pero usted pensó en mí y en mi familia. No le interesó solo vender. Sólo por ese motivo le agradezco lo que hizo y la felicito.
Bajó su mirada, sonrió y un poco apenada dijo: “gracias”.
—Más o menos ¿cuándo llega el proveedor a surtirle este producto? —le pregunté.
—Yo pienso que hoy mismo, un poco más tarde —respondió.
—Perfecto, entonces nos vemos más tarde.
Así como cada día ocurren cosas malas, también suceden cosas buenas que, por ser sencillas, a veces pasan desapercibidas y me acordé haber leído en algún lado que el arte de vivir está en reconocer lo extraordinario de las cosas ordinarias.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

