Ese día salí corriendo de mi casa y atravesé la calle sin fijarme que venía un vehículo a toda velocidad. Sentí el golpe fuerte y quedé tirado en el pavimento. Después de unos segundos, sentí un enorme dolor en todo mi cuerpo. Empecé a llorar. La gente que pasaba por ahí solo me veía y seguía su camino. Los autos me esquivaban para no pisarme. De pronto se acercó una hermosa mujer y me miró con compasión. Se estaba arriesgando a que la atropellaran también. Me levantó con mucho cuidado, me abrazó y me dio un beso en mi frente. Me llevó cargando hasta un consultorio. Salió el doctor y la saludó:
—¡Qué gusto verla de nuevo señora Maru! ¿Ahora a quién me trae?
Ella le explicó lo sucedido y le pidió de favor al doctor que me ayudara. El médico me auscultó, luego me tomó una radiografía, la analizó y movió su cabeza negativamente.
—Me temo que no podemos hacer nada por el caballero, tiene rota su columna y una hemorragia interna —exclamó.
Pude ver que rodó una lágrima por la mejilla de ella. Su rostro era de angustia. Me miró con mucho amor y me volvió a abrazar. Le agradeció al médico y le pagó por sus servicios. ¿Por qué esa mujer gasta su dinero en mí?, me pregunté. Me tomó con mayor suavidad en sus brazos y me llevó hasta su casa. Me recostó en una colchoneta y me cobijó con una manta. Nuevamente me dio un beso en mi cabeza. En su casa había mucha paz, me sentí amado y protegido. Luego sufrí una convulsión. Ella me tomó en sus brazos y lloró.
—No tengas miedo —me decía— todo va a estar bien.
Luego sentí muchísimo sueño, pero no quise cerrar mis ojos sin antes decirle algo en mi mente: “Maru, nadie me ha amado como lo has hecho tú, a pesar de que me acabas de conocer. Te lo agradezco. Me voy, pero cuando te corresponda ir al cielo —porque estoy seguro que allá irás— te estaré esperando”. Entonces cerré los ojos y partí. ¿Quién dijo que los perritos no vamos al cielo?
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

