—Papá, yo nunca te he visto llorar —le comentó la chica a su padre un domingo por la tarde— hemos visto películas como “Coco” o “Siempre a tu lado” y mi mamá, mis hermanos y yo terminamos llorado, menos tú.
—¿Ah sí? —contestó él— no lo había notado.
—Inclusive en el funeral de tu papá —continuó ella— estuviste triste, pero no soltaste ni una sola lágrima.
—Bueno —explicó su padre— lo que pasa es que ese día tuve que hacer tantos trámites.
—Dime la verdad —preguntó su hija— ¿Hay algo en la vida que te haga llorar?
—Sí claro hija, por ejemplo, de tristeza cuando murió mi madre. De alegría cuando naciste tú, pero te voy decir lo que realmente me hace llorar: cuando pienso y tomo conciencia de lo mucho que Dios me quiere y de todas las veces que me ha perdonado a pesar de que no lo he amado como se merece, eso me conmueve hasta las lágrimas.
—¿Eso te hace llorar? —preguntó ella.
—Sí hija, pienso que, si los seres humanos llegáramos a sentir al menos una milésima parte de lo mucho que Dios nos ama, te aseguro que este mundo necesitaría otro mar para nuestras lágrimas.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

