Un día fui a las oficinas de tránsito a renovar mi licencia y como había varias personas en espera, tomé un turno y me senté en la sala. Abrí un libro y me puse a leer. De pronto, llegó un señor notoriamente molesto. Se acercó a una de las señoritas del mostrador y le exigió hablar con quien fuera el jefe de esa oficina.
—¡Esto es una injusticia! —decía en voz alta y manoteando— ¡No les voy a pagar nada!
La señorita se puso de pie, lo invitó a que tomara asiento y se dirigió a una oficina que se encontraba al fondo. Él se sentó en el único lugar desocupado, junto a mí. Yo seguía leyendo mi libro y cada en cuando lo miraba de reojo. Luego, me dirigió la palabra.
—¿Cómo ve usted a estos abusivos? Me quitaron una placa.
Yo dejé de leer mi libro y volteé a verlo.
—Quieren que pague una multa por una infracción que me hicieron —dijo.
—¿Ah sí? —Respondí— ¿Y por qué lo infraccionaron?
—Pues que porque me estacioné en un lugar prohibido.
—¿Y fue cierto eso?
—Pues sí, pero cuánta gente hay que se estaciona en un lugar prohibido y no los multan. Es una injusticia —replicó.
Yo solo lo escuchaba atento.
—¿O usted qué opina? —me dijo.
Puse el separador de página en mi libro, lo cerré y lo miré a los ojos.
—¿En verdad quiere saber mi opinión?
Asintió con la cabeza.
—Pienso que no hay ninguna injusticia.
—¿Cómo qué no? —replicó de inmediato el hombre.
—Yo pienso que las leyes y las reglas de transito se deben cumplir y si usted se estacionó en un lugar prohibido, me parece que lo justo es que reconozca que fue incorrecto, pague su multa, recoja su placa y se vaya con el propósito de no volver a hacerlo.
—Pero… —intentó interrumpirme.
—El que otras personas hagan lo incorrecto y no los multen me parece que no es causa que justifique su proceder —concluí.
En ese momento sonó la señal que indicaba que tocaba mi turno.
—Una disculpa, ya me van a atender —le dije y me dirigí al área correspondiente.
Cuando volteé a verlo, vi que se había quedado pensativo y cabizbajo. Regresé, puse mi mano suavemente en su hombro y le dije:
—No se preocupe tanto, es solo una opinión.
Asintió con la cabeza y después ya no lo volví a ver.
Cuando terminé mi trámite, salí y me lo encontré en la calle. Se veía sonriente. Cuando me vio, se dirigió hacia mí.
—¿Qué cree? —Me dijo— seguí su consejo, ya pagué la multa y hasta me hicieron un descuento.
—Me da gusto —le dije y nos despedimos saludándonos de mano.
Yo me quedé unos minutos afuera esperando que el joven del estacionamiento me entregara mi vehículo. Él se subió a su camioneta y cuando empezó a conducir, no pude evitar sonreír moviendo mi cabeza cuando vi que su vehículo estaba estacionado en un lugar prohibido.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.

