Ese día llegué a mi casa un poco tarde y vi que mi esposa y mis hijos estaban en la sala terminando de arreglar un altar de muertos. Se veía muy bonito el aserrín de colores, las flores de cempasúchil, las veladoras, el pan de muerto y las fotos de algunos de nuestros familiares y amigos que han fallecido.
—¿Qué te parece? —me preguntó mi esposa.
—Quedó excelente —respondí— pero… ¿Realmente creen ustedes que vienen los muertos a visitarnos?
—¡Claro! —respondieron todos.
—Pues yo no creo —repliqué— pienso que solo es una bonita tradición.
Ellos hicieron caso omiso a mi comentario y siguieron en lo suyo. Me acerqué un poco más al altar y algo llamó mi atención.
—¿Esas son gorditas de trigo? —pregunté.
—Sí papá —respondió mi hija mayor— yo las puse ahí porque tú comentaste que era lo que le gustaba comer a tu mamá.
Alcé las cejas en señal de admiración y asentí con la cabeza. Nos fuimos a cenar y después a dormir.
En la madrugada me despertó un murmullo proveniente de la sala. Me salí lentamente de la cama para no despertar a mi esposa y tomé un bate de aluminio que tengo siempre en una de las esquinas de la habitación. Bajé sigiloso por la escalera y cuando llegué a la sala me quedé estupefacto.
Vi a mi tío Pancho de pie tocando la guitarra mientras mi mamá lo acompañaba cantando un bolero. Mi primo Rafael los escuchaba contento. Mi papá estaba cerca de una de las ventanas con un libro bajo el brazo. Me regaló una sonrisa y me saludó desde lejos moviendo su mano.
Mi tío Gabriel estaba sentado en el sillón individual, sonriendo, ya no estaba enfermo. Mi tío Juan y mi tía Toña estaban tomados de la mano felices sentados en el sillón de dos plazas.
En el otro sillón —el más grande— estaba Don Toribio y Doña Chucha, un matrimonio que eran vecinos en mi infancia y a quienes aprecié mucho. Junto a ellos, en uno de los brazos del sillón estaba sentado su hijo Juan y en el otro su hijo Neto.
Luego me dio mucho gusto ver a mis suegros, conviviendo con Don Rigoberto, su compadre y a mis cuñados Josefa y Tarcicio. Se veían felices.
Había dos jóvenes y apuestos caballeros a quienes no identifiqué, pero estaban muy cerca de mi mamá y me miraban sonriendo.
También vi a Lalito Palacios platicando con el Pillo y con Rosy Mendoza, tres grandes amigos y en perfecto estado de salud. Luego se me acercó mi amigo Iván Chávez y me dio un abrazo entregándome una bolsita con chocolates del Constanzo. Y así, estaban disfrutando del convivio muchos amigos y familiares más.
Mi tío Juan se levantó del sillón y fue a recibirme.
—Ten hijo —exclamó mientras me daba un vaso con una bebida— te preparé una paloma, ya sé que te gusta.
Le recibí el vaso y le di un sorbo. Estaba deliciosa.
—Tío, qué gusto me da verte. Oye, nunca te agradecí por haberme acompañado a realizar los trámites el día del fallecimiento de nuestros niños ¿recuerdas?
Él sonrió asintiendo con la cabeza, me tomó del hombro e hizo que volteara a donde estaban los dos jóvenes a quienes no identifique en un inicio.
—Ahí los tienes —me indicó.
Yo me quedé en shock con una mezcla de alegría y asombro.
Mi mamá se me acercó y me pidió que le agradeciera a mi hija el bonito detalle de haberle dejado las gorditas de trigo.
—Están bien sabrosas —dijo a la vez que las comía.
Así pasaron las horas y aunque yo estaba disfrutando del momento y la presencia de esas maravillosas personas, me sentí muy cansado.
—Le agradeces a Maru y a tus niños por haber preparado el altar —dijo mi mamá— les quedó muy bonito.
Percibí en su comentario una despedida.
—¿Cuándo volverán aquí de nuevo mamá? —le pregunté.
Ella me miró y sonriendo respondió:
—¿Quién dijo que nos iremos?
En ese momento caí en un profundo sueño.
—Papá, papá, ¡despierta!
—¿Qué pasó? —pregunté sobresaltado.
—Te quedaste dormido aquí en la sala.
—¿Ya se fueron todos?
—¿Todos? ¿Quiénes?
—Nuestros familiares y amigos difuntos. ¿Dónde están mis chocolates del Constanzo?
—Ay corazón —exclamó mi esposa— seguramente estuviste soñando. Mejor levántate, vamos a desayunar.
Me levanté con lentitud del sillón y miré con nostalgia el altar de muertos, luego me dirigí a desayunar, pero apenas había dado unos cuantos pasos me detuve y me di la vuelta pues me pareció haber visto algo raro en el altar.
Sí, casi todo estaba igual que ayer, salvo que ya no estaban las gorditas de trigo.
Author: Fermín Felipe Olalde Balderas
Escritor, autor de los libros y de las reflexiones publicadas en este portal.


Muchas gracias por recordarnos ,que es una bonita tradición que no muere y que nuestros ancestros saben que les recordamos siempre
Simplemente y sencillamente hermosa manera de describir tu sueño y de creer que nuestros seres queridos que ya se nos adelantaron, están más cerca de nosotros que nunca. Muchísimas felicidades Fer y gracias por compartir tan grata lectura.